Las pseudoterapias matan (también en pandemia) y no estamos haciendo nada
El advenimiento de la pandemia de COVID-19 ha traído la
muerte a cientos de personas en Irán por ingesta de metanol. Cayeron en la
trampa de considerarlo un remedio preventivo y terapéutico frente a la
infección por SARS-CoV-2, un bulo difundido a través de redes sociales.
Simultáneamente, el consumo de desinfectantes se hacía viral
en países hispanohablantes, provocando varias muertes evitables. Es más, su
inyección fue una de las propuestas estrella del presidente estadounidense,
Donald Trump.
Solo en España, el Instituto Nacional de Toxicología ha
reportado una treintena de intoxicaciones por consumo de MMS, siglas de
“Miracle Mineral Solution”. Se trata de una conocida pseudoterapia basada en la
mezcla de clorito de sodio con ácido débil para liberar dióxido de cloro, un
gas altamente tóxico usado para desinfectar superficies o preparados.
El remedio goza de amplia aceptación desde el ámbito de las
pretendidas “terapias alternativas” (también autodenominadas como “naturales”,
“complementarias” o “integrativas”) como remedio universal –aunque falso–
frente a malaria, autismo, cáncer, enfermedades parasitarias o degenerativas. Y
hace un tiempo que está siendo promovido frente a la COVID-19 por grupos
negacionistas.
Debilidad y
desesperación
La aceptación gubernamental y social de pseudoterapias en
nuestro día a día no es nueva. Ya sea por ignorancia, indiferencia o
irresponsabilidad, la permisividad ante manifestaciones contrarias a la salud
pública e individual es constante. Eso a pesar de la denuncia social y
profesional. Y a pesar también del reconocimiento expreso de su letalidad por
parte de la Presidenta de la Comisión Europea.
Reforzadas bajo las redes sociales como nuevo boca a boca y
amparadas bajo una malentendida “libertad de expresión”, calan hasta límites
que parecerían rozar lo absurdo en personas cuya situación emocional de
debilidad les hace susceptibles y víctimas de su contexto. Calan, sobre todo,
allí donde la medicina carece de una respuesta satisfactoria. Allí donde exista
la desesperación por agarrarse a una posibilidad. Allí donde un movimiento de
rasgos sectarios te atrapa y reclama, allí donde la fe en un pretendido
profesional sanitario te empuja a creer en milagros. Allí donde quienes
ostentan la responsabilidad de la salvaguarda de la salud y la ética
profesional eluden su papel.
La consecuencia son miles de vidas rotas seducidas por un
negocio altamente persuasivo e incapaz de obrar milagros. De acuerdo a estudios
recientes, los pacientes con cáncer que creen complementar su tratamiento con
remedios alternativos duplican su riesgo de fallecer. El riesgo se quintuplica
ante la sustitución del tratamiento por una falsa, pero incorrectamente considerada,
“medicina alternativa”.
En España, el 19,6 % de la población ha recurrido a
pseudoterapias como la homeopatía o la acupuntura. Y un 5,2 % reconoce haberlo
hecho en sustitución de un tratamiento médico, con la consiguiente pérdida de
su oportunidad terapéutica. Lo peor es que esta pérdida de oportunidad
terapéutica –por retraso, sustitución o falsa complementariedad– tiene un
impacto socioeconómico, individual y colectivo incalculable por la inexistencia
de herramientas que permitan su monitorización a nivel europeo o internacional.
Si nos centramos en el cáncer, los nuevos diagnósticos
anuales rozan los 230.000 en España, superando los 3,7 millones en Europa. Lo
peor es que se desconoce el porcentaje poblacional real de enfermos oncológicos
que pueda estar poniendo en riesgo su salud o falleciendo prematuramente por
uso de pseudoterapias, pero de extrapolarse los valores indicados, podrían ser
miles. Se desconocen también las pérdidas económicas individuales y sociales
derivadas de esta lacra. Como referencia, sólo en Francia la financiación
pública de la homeopatía ascendió a 126,8 millones de euros en 2018.
Protección frente a
las pseudoterapias
No es la primera vez que autoridades políticas, sanitarias y
científicas advierten de la peligrosidad del uso o consumo de falsos remedios
terapéuticos. A finales de 2018, el Gobierno de España lanzó el Plan de
Protección de la Salud de las Personas frente a las Pseudoterapias. Dicho plan
preveía la reevaluación de 139 técnicas que continuaban aplicándose, incluso
por profesionales sanitarios, a pesar de la constancia de su ineficacia previamente
evaluada en 2011.
Pero fue insuficiente. Cinco años después de aquella primera
evaluación, y contrariamente al dictado legal que exige la aplicación de
técnicas acordes al estado de la técnica basadas en la evidencia científica,
una de ellas, la pseudoterapia “ortomolecular”, se vería involucrada en el
fallecimiento de Mario Rodríguez (21 años), enfermo de leucemia. Otra de ellas,
la homeopatía, aceleraba la despedida de Rosa Murillo (41 años).
A nivel europeo, Erling Mollehave (71 años, Dinamarca)
sufrió los daños de una aguja de acupuntura en los pulmones y falleció. Otras
pseudoterapias consideradas de riesgo sectario, como la Bioneuroemoción o la
Nueva Medicina Germánica, ni siquiera aparecen en el listado del Plan de
Protección. En cualquier caso, el goteo de casos de afectados es permanente.
Porque aunque lo mínimo que se exige de un tratamiento es que sea eficaz, eso
no se aplica en el caso de las (pseudo) “terapias alternativas”.
Entre otras cosas, el mencionado Plan de Protección de la
Salud de las Personas frente a las Pseudoterapias señalaba a universidades y
profesionales sanitarios pidiéndoles responsabilidad en cuanto a la formación
que ofrecían, recibían y acababan poniendo en práctica. También proponía el
cumplimiento normativo estricto en materia sanitaria y de publicidad.
Pero poco ha cambiado desde entonces. Hay universidades que
siguen ofreciendo formación en pseudoterapias. Hay centros que ofrecen estudios
superiores en pseudoterapias de manera irregular. Hay personal que, en ausencia
de formación sanitaria, ofrece terapias e incluso se agrupa en “colegios
profesionales”. Hay locales sin autorización que simulan establecimientos sanitarios
con publicidad incluida.
Hay también profesionales sanitarios que incumplen su código
ético, y jueces que desestiman denuncias de víctimas tras considerarlas
responsables de su propio error. Irregularidades e ilegalidades que no se
persiguen, a pesar de que su identificación está a un golpe de clic.
El problema de la
homeopatía
En 2018, España trasladó a la Comisión Europea la
conveniencia de modificar la Directiva 2001/83/CE, que sigue considerando
medicamento a la homeopatía. Sin embargo, ante la falta de solicitudes
similares de otros estados miembros, y apelando a la responsabilidad de los
fabricantes y gobiernos de velar por el cumplimiento normativo en materia de
etiquetado de estos preparados, dicha solicitud no prosperó.
La normativa de etiquetado exige a estos preparados incluir
la leyenda “medicamento homeopático sin indicaciones terapéuticas aprobadas”,
cosa que no ocurre, al menos en España. Cabe resaltar que Reino Unido ya actuó
en 2019 y Francia ha decidido que dejará de financiar la homeopatía en 2021.
Por su parte, Italia ha iniciado una campaña para sacarla de hospitales y
clínicas. Mientras que en Alemania ya hay partidos políticos que piden su
abolición.
Pseudoterapias versus
medicina
El mundo de las pseudoterapias no es desconocido, como
tampoco lo es su letalidad. La Medicina no es infalible, ni está exenta de
riesgos. Pero cuenta con una probabilidad de éxito medida y protocolizada,
legalmente exigida antes de ser comercializada.
Las (pseudo) “terapias alternativas” o “complementarias”
optan por la comercialización directa, abusando de terminología técnica.
Apelan, para excusarse, a su inocuidad, su uso tradicional, su exotismo. Y
rebuscan cada resquicio legal, aprovechando la dejadez administrativa, acusando
de injurias a quienes denuncian su situación irregular o falso argumentario,
arruinando familias, campando libremente.
En definitiva, abusan de la necesidad de creer de tantos y
tantos pacientes y familiares que buscan una oportunidad para vivir o hacerlo
con calidad. Y no estamos haciendo nada para pararles los pies.
Fuente: TheConversation