¿Problemas para dormir?
Por Matthew Walker
¿Te parece que dormiste lo suficiente la semana pasada?
¿Puedes recordar la última vez que te despertaste sin la
alarma del despertador, sintiéndote como nuevo y sin necesitar cafeína? Si la
respuesta a alguna de esas preguntas es «no», no estás solo.
Dos tercios de los adultos de los países desarrollados no
llegan a las ocho horas recomendadas de sueño nocturno. Dudo que esta
información te sorprenda, pero puede que sí lo hagan sus consecuencias. Dormir
de forma habitual menos de seis o siete horas por noche destroza tu sistema
inmunitario, multiplicando por más de dos tu riesgo de sufrir un cáncer. Las
horas de sueño insuficientes son un factor clave del estilo de vida que
determina si desarrollarás o no la enfermedad de Alzheimer. Un sueño inadecuado
(incluso reducciones moderadas durante
solo una semana) altera los niveles de azúcar en sangre de forma tan profunda
que podrían considerarte prediabético. Dormir poco aumenta las probabilidades
de que tus arterias coronarias se bloqueen y se vuelvan frágiles,
predisponiéndote a sufrir alguna enfermedad cardiovascular, un ictus o un fallo
cardíaco congestivo. En consonancia con la sabiduría profética de Charlotte
Brontë de que «una mente alterada provoca una almohada inquieta», la
interrupción del sueño tiene todavía una mayor influencia en las principales
afecciones psiquiátricas, como la depresión, la ansiedad y el suicidio.
¿Has notado deseos de comer más cuando estás cansado? No es
una coincidencia. No dormir lo suficiente aumenta la concentración de una
hormona que te hace sentir hambriento, a la vez que suprime otra que avisa de
la saciedad. A pesar de estar lleno, quieres seguir comiendo. Los adultos con
deficiencia de sueño tienen la receta segura para aumentar de peso, y también
los niños. Todavía peor: si intentas hacer dieta, pero no duermes lo suficiente
mientras la haces, será inútil, porque la mayoría del peso que pierdas
corresponderá a la masa corporal magra, no a la grasa.
Si tomamos en cuenta los efectos que todo eso tiene sobre la
salud, resulta más fácil aceptar un vínculo comprobado: cuanto menos duermas,
más corta será tu vida. La vieja máxima de «ya dormiré cuando esté muerto» es,
por lo tanto, desafortunada. Si adoptas esa mentalidad, morirás antes y la
calidad de esa vida (más corta) será peor. El elástico de la privación del
sueño solo puede estirarse hasta el momento antes de romperse. Tristemente, los
seres humanos son la única especie que se priva del sueño deliberadamente sin
que eso le represente una auténtica ventaja. Todos los aspectos del bienestar y
las innumerables costuras del tejido social están siendo erosionados por este
estado de descuido del sueño, lo cual resulta tremendamente costoso, tanto
desde un punto de vista humano como económico.
Tanto es así que la Organización Mundial de la Salud (OMS)
ha declarado una epidemia de pérdida de sueño en las naciones industrializadas.
No es casualidad que los países en los que el tiempo de
sueño se ha reducido más dramáticamente durante el siglo pasado, como los
Estados Unidos, el Reino Unido, Japón y Corea del Sur, y varios países de
Europa occidental, sean también los que sufren el mayor aumento en las tasas de
enfermedades físicas y trastornos mentales como los que hemos mencionado antes.
Algunos científicos, entre los que me cuento, hemos
comenzado a presionar a los médicos para que «receten» dormir. Como tratamiento
médico, quizás sea el menos doloroso y más agradable de seguir. Sin embargo, no
confundas esto con una petición a los médicos para que comiencen a recetar más
pastillas para dormir. En realidad, teniendo en cuenta la alarmante evidencia
sobre las consecuencias perjudiciales para la salud de estos medicamentos, se
trata de todo lo contrario.
¿Pero podemos llegar a decir que la falta de sueño puede
matarte?
En realidad, sí, al menos de dos formas. En primer lugar,
existe un trastorno genético muy raro que se inicia con un insomnio progresivo
que aparece en la mitad de la vida. Algunos meses después de que se presente la
enfermedad, el paciente deja de dormir por completo. En esta etapa, ya ha
comenzado a perder muchas funciones cerebrales y corporales básicas. Hoy en día
no existen medicamentos que ayuden a estos pacientes a dormir. Después de
permanecer entre doce y dieciocho meses insomne, la persona afectada muere. Aunque
es extremadamente infrecuente, este trastorno confirma que la falta de sueño
puede matar a un ser humano.
En segundo lugar, está la letal circunstancia de ponerse al
volante de un automóvil sin haber dormido lo suficiente. Manejar con sueño es
causa de cientos de miles de accidentes de tráfico y muertes cada año. Y en
este caso, no solo está en riesgo la vida de las personas privadas de sueño,
sino también las de quienes los rodean. Es trágico que cada hora una persona
muera en un accidente de tráfico en los Estados Unidos debido a un error
asociado con el cansancio. Y resulta inquietante saber que los accidentes de
automóvil causados por manejar con sueño superan a todos los causados por el
alcohol y las drogas.
El desinterés de la sociedad por el sueño ha venido en parte
provocado por el fracaso histórico de la ciencia en lograr explicar por qué lo
necesitamos. El sueño se ha mantenido como uno de los últimos grandes misterios
biológicos. Todos los poderosos métodos de resolución de problemas científicos
(la genética, la biología molecular y la tecnología digital de gran potencia)
han sido incapaces de desbloquear la obstinada cámara acorazada del sueño. Los
más rigurosos pensadores, como el ganador del Premio Nobel Francis Crick, que
dedujo la estructura de escalera de caracol del ADN, el famoso pedagogo y
retórico romano Quintiliano e incluso Sigmund Freud, intentaron en vano
descifrar el enigmático código del sueño.
Para enmarcar mejor este estado de ignorancia científica,
imagina el nacimiento de tu primer hijo. En el hospital, la doctora entra en la
habitación y te dice: «Felicidades, es un bebé sano. Le hemos hecho todas las
pruebas preliminares y todo parece estar bien». La doctora sonríe
tranquilizadoramente y comienza a caminar hacia la puerta. Sin embargo, antes
de salir de la habitación, se da la vuelta y dice: «Solo hay una cosa. A partir
de este momento y durante el resto de su vida, su hijo caerá de forma repetida
y rutinaria en un estado de coma aparente, que a veces incluso se asemejará a
la muerte. Y mientras su cuerpo permanece inmóvil, a menudo su mente se llenará
de aturdidoras y extrañas alucinaciones. Este estado consumirá un tercio de su
vida, y no tengo ni idea de por qué ocurre ni para qué sirve. ¡Buena suerte!».
Resulta sorprendente, pero hasta hace muy poco esta era la
realidad: los médicos y los científicos no podían darte una respuesta
consistente o completa sobre por qué dormimos. Piensa que ya conocemos el
propósito de las otras tres necesidades básicas de la vida —comer, beber y
reproducirse— desde hace muchas décadas o incluso cientos de años. Sin embargo,
el cuarto impulso biológico principal, compartido por todo el reino animal —la
necesidad de dormir—, ha seguido evitando a la ciencia durante milenios.
Abordar la pregunta de por qué dormimos desde una
perspectiva evolutiva solo complica el misterio. No importa qué punto de vista
adoptes. El sueño tiene todo el aspecto de ser el más absurdo de los fenómenos
biológicos. Cuando estás dormido, no puedes buscar alimento. No puedes
socializar. No puedes encontrar un compañero y reproducirte. No puedes
alimentar ni proteger a tu descendencia.
Peor aún, el sueño te deja vulnerable a la depredación.
Seguramente, dormir es uno de los comportamientos más desconcertantes de todos
los comportamientos humanos.
Por cualquiera de estos motivos, o por todos ellos juntos,
debería haber una fuerte presión evolutiva para evitar la aparición del sueño o
de algo remotamente parecido. Como dijo un científico del sueño: «Si el sueño
no cumple una función absolutamente vital, entonces es el mayor error que el
proceso evolutivo haya cometido nunca».
(*) Fragmento de Por
qué dormimos (Paidós, 2020).