¿Nos han educado para actuar con responsabilidad frente a la pandemia?
Por Juan I. Pagola Carte
Universidad de Deusto
En los últimos tiempos, las apelaciones a la responsabilidad
individual y colectiva de la ciudadanía se repiten, a modo de estribillo
machacón, en la mayoría de los mensajes por parte de políticos y representantes
institucionales. La alusión a la acción responsable y sus derivadas se han
convertido en el foco del discurso que se dirige a la opinión pública.
Todos los gobernantes y mandatarios del planeta la han
empleado en alguna ocasión en estos últimos meses, y la demanda se ha
intensificado cuando hemos salido a la calle. Pero también han sido visibles
las diferencias con las que cada sociedad ha respondido a ese llamamiento:
unas, las orientales, con la obediencia; otras, por ejemplo las escandinavas,
con un compromiso civilizado; y otras, las más sureñas, con un cierto desaire e
indiferencia.
Podríamos entrar a valorar las causas primarias de esta
reiterada petición –incapacidad de los gobiernos para afrontar una crisis
sanitaria de tan inmensas proporciones, dejación de su propia responsabilidad,
reparto de culpas en un futuro y previsible recrudecimiento de la pandemia-,
pero no lo vamos a hacer.
Lo que parece quedar claro es que esta llamada generalizada
a la responsabilidad ha colisionado frontalmente con la filosofía de vida de
muchas sociedades y desentona en nuestro tiempo posmoderno, o como queramos
llamar a este momento de la historia que nos ha tocado vivir. Un tiempo
centrado en el ocio y el entretenimiento, que exacerba el hedonismo y en el que
todo se gamifica porque de lo contrario, parece aburrido.
El escenario de la
nueva normalidad
El confinamiento y la posterior “nueva normalidad” se dibujan
sobre una ciudadanía que mayoritariamente necesita diversión y consumismo
acelerado. Y aquí ha surgido el conflicto.
Cuando el pietista filósofo alemán, Immanuel Kant, consolidó
el racionalismo, el “hombre” –hoy diríamos persona– asumía el papel central en
medio de la Ilustración. Y en su teoría, la libertad ejercida desde la
conciencia –Kant denominaba “voz interior"– se erigía en la esencia de
toda actuación humana. Una libertad individual que siempre vinculó a la
responsabilidad. Una no tenía sentido sin la otra. La una respondía, limitaba,
acotaba a la otra.
El período que transcurre desde la segunda mitad del pasado
siglo hasta nuestros días ha desequilibrado la balanza hacia una libertad
basada en el aquí y ahora, en alusión al Carpe Díem, que a su vez ha debilitado
el ejercicio de la responsabilidad. La crisis de las grandes religiones
monoteístas, la exaltación del relativismo y la pérdida de valores nos han
despojado del caparazón moral con el que se fortalecieron las generaciones
anteriores y nos han dejado a la intemperie.
Hoy las sociedades, los individuos, carecemos de un relato
moral estable, y a la vez vivimos en un creciente individualismo. La crisis que
estamos sufriendo en 2020 nos está demostrando que circulamos por la vida con
una mayor fragilidad y en una cierta soledad existencial.
La responsabilidad es una respuesta racional ante algo que
nos interpela y que va a repercutir en nuestro modo de actuación. Una actitud
con la que tomamos conciencia de lo que hacemos, asumiendo también sus
consecuencias. Pero la responsabilidad, una idea que como hemos señalado camina
asociada a la de la libertad individual, también tiene su efecto en el mundo y
las personas que nos rodean.
La responsabilidad es el hilo que conecta nuestras
decisiones con los demás. Es la toma en consideración de que nuestros actos
tienen una repercusión, directa o indirecta, en la vida de los otros. Esta
pandemia lo evidencia porque nuestra acción responsable es a la vez un acto de solidaridad
para con los demás.
La responsabilidad
individual no goza de buena fama
La responsabilidad individual no goza de buena fama y se
presenta devaluada. La norma carece de buena imagen y, como diría Lipovetsky,
transitamos en la era del "crepúsculo del deber”. Probablemente, la responsabilidad
no es un concepto de tinte progresista, sino más bien se sitúa en parámetros
ideológicamente más conservadores. Pero es un ejercicio de madurez humana, de
asunción de nuestras acciones y de que éstas construyen un tipo de sociedad
determinado. Una persona que se siente y actúa responsablemente, aunque lo
formule desde su libertad individual, lo está haciendo a favor de toda su
comunidad. Para Levinas, ser responsable es el compromiso por el que cada uno
se hace cargo del otro. Y por lo tanto, también supone sentirse afectado por lo
que le pasa a ese otro (Losada, 2005).
El ejercicio y la práctica de la responsabilidad también se
aprende y se adquiere. Y, cómo no, la educación se encuentra en la base de ese
aprendizaje. Uno se apropia de los mimbres para ser responsable a través de la
educación, a través de la interiorización de ciertos valores que le ayudan a
discernir y actuar en conciencia en la edad madura. Como señala Hannah Arendt,
la educación también asume su responsabilidad, porque para la filósofa judía
educar es “asumir la responsabilidad del mundo”, que se traslada al niño y al
joven.
En esta coyuntura de emergencia y crisis se nos pide
responsabilidad, escuchar a nuestra voz interior, para actuar en conciencia.
Pero nuestra responsabilidad es frágil e inmadura. ¿Quién se ha preocupado de
educar nuestra conciencia? ¿Alguien se ha preguntado si desde niños hemos sido
capaces de armar de principios sólidos y solidarios nuestras decisiones? ¿Con
qué instrumentos debemos responder a este llamamiento? ¿Quién nos ha enseñado a
actuar responsablemente en libertad? ¿Qué importancia otorgan nuestras
instituciones y nuestros gobiernos a la educación? ¿Qué papel juega en el
sistema educativo y en el diseño del desarrollo curricular la formación en valores?
¿Tiene algún sentido apelar hoy a la responsabilidad de emergencia si no se ha
cultivado durante décadas una responsabilidad sosegada y madura?
Fuente: The
Conversation