Barcelona contra el turismo


Claudio Milano, Antonio Paolo Russo y Marina Novelli

El 27 de abril de 2024, cerca de la Sagrada Familia en Barcelona, un autobús turístico fue bloqueado, rociado con pistolas de agua y se le adhirió un cartel con el lema "apaguemos el fuego del turismo" en su parte delantera. Fue una protesta que acaparó titulares contra el dominio que ejerce el turismo sobre la ciudad, y subrayó las crecientes tensiones entre los procesos de turistificación y una reacción local cada vez más vocal.

Las protestas a gran escala han hecho que Barcelona sea sinónimo de resistencia social a los impactos negativos de un turismo depredador y extractivo, pero está lejos de ser un caso único: destinos populares como las Islas Canarias, Málaga y las Islas Baleares han sido escenario de protestas masivas contra los excesos del turismo durante el último año.

La gente está harta, y la evidencia está literalmente a la vista: los apartamentos turísticos pintados con el lema "turistas, váyanse a casa" se han convertido en una imagen casi ubicua en muchas ciudades españolas. Sin embargo, no son los turistas individuales los culpables, sino la dependencia excesiva del turismo que, a lo largo de varias décadas, ha expulsado gradualmente a innumerables residentes de sus hogares y vecindarios.

Pero, ¿cómo llegamos a esta situación? A medida que los viajes internacionales se recuperaron tras los confinamientos por la COVID-19, Barcelona y otras ciudades mediterráneas vieron un regreso notable de turistas. Esto provocó un creciente malestar social, ya que las comunidades locales se sintieron cada vez más frustradas por cómo el turismo ha remodelado los espacios urbanos a su costa.

Las preocupaciones de los residentes abarcan desde la escasez de viviendas y la inseguridad laboral hasta el daño ambiental. La privatización de los espacios públicos también ocupa un lugar destacado en la agenda de Barcelona, exacerbada por eventos de alto perfil, como la Copa América y el Gran Premio de Fórmula Uno de 2024, que aportaron pocos beneficios a los residentes locales.

La reacción en curso indica un momento de "ya basta" que ya no puede ser descartado como una mera inconveniencia o "NIMBYism" (Not In My Back Yard, "no en mi patio trasero"). En cambio, refleja desigualdades estructurales y conflictos más profundos sobre el espacio urbano, la justicia social y la dinámica de poder que sustentan el crecimiento descontrolado del sector turístico.

 

Evolución del activismo

El activismo antiturismo en Barcelona se remonta a mediados de la década de 2010, cuando barrios como la Barceloneta desafiaron por primera vez el papel del turismo en el desplazamiento de residentes. Desde entonces, grupos como la Asamblea de Barrios por el Decrecimiento Turístico (ABDT) han rechazado las políticas que fomentan una dependencia excesiva de la economía turística.

La ABDT prefiere notablemente el término "turistificación" a "sobreturismo". Según ellos, el concepto de "sobreturismo" corre el riesgo de despolitizar el problema, enmarcándolo como un simple asunto de demasiados visitantes. En cambio, dicen, los problemas son el resultado de las desigualdades estructurales vinculadas a la acumulación capitalista, la naturaleza extractiva del turismo y un sector que canaliza la riqueza comunitaria a manos privadas.

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Lo que distingue esta ola actual de activismo de sus predecesoras es un cambio de la oposición contundente a la presentación de propuestas organizadas y constructivas. En una importante manifestación en Barcelona en julio de 2024, los activistas presentaron un manifiesto que pedía medidas claras para reducir la dependencia económica del turismo y una transición hacia una economía ecosocial.

Las demandas clave incluían el fin de los subsidios públicos para la promoción turística, la regulación de los alquileres a corto plazo para evitar la pérdida de viviendas, la reducción del tráfico de cruceros y la mejora de las condiciones laborales con salarios justos y horarios de trabajo estables. El manifiesto también instaba a los líderes a diversificar la economía para alejarla del turismo, reutilizar las instalaciones turísticas para uso social y desarrollar programas para apoyar a los trabajadores precarios.

El movimiento no muestra signos de desaceleración. Durante el fin de semana del 27 de abril de 2025, exactamente un año después del episodio de las pistolas de agua, la Red del Sur de Europa contra la Turistificación se reunió en Barcelona para acordar una agenda política compartida. También convocaron una manifestación coordinada en varias ciudades del sur de Europa para el 15 de junio de 2025.

 

Los grupos marginados, los más afectados

El activismo antiturístico a menudo es desestimado por aquellos con intereses creados en el turismo, tildándolo de "turismofobia" o "NIMBYism", un deseo de proteger la propia área local del desarrollo no deseado (derivado del acrónimo de "no en mi patio trasero").

Estas etiquetas ignoran el hecho de que las economías impulsadas por el turismo impactan con mayor fuerza a los grupos marginados con poco poder político, como inquilinos, migrantes y trabajadores estacionales precarios, y jóvenes privados de derechos. Los movimientos sociales en las ciudades mediterráneas han tomado esto muy en serio, ampliando el activismo antiturismo para abordar la inacción gubernamental más general en materia de vivienda, derechos laborales, acción climática y la defensa del espacio público.

Estos movimientos enfrentan los desafíos complejos e interconectados de la turistificación, incluyendo la división social del trabajo, las desigualdades de género y la concentración de capital. También, y lo que es más importante, son la prueba viviente de que muchos residentes quieren priorizar el bienestar comunitario sobre el crecimiento económico.

 

Académicos y políticos están fallando

Tanto los responsables políticos como los académicos están fallando en abordar las preocupaciones de los manifestantes. Innumerables estudios se centran en temas como la gestión del espacio, el turismo verde o el turismo como herramienta de empoderamiento. Pocos, sin embargo, exploran las experiencias de las personas que viven en puntos turísticos, o cómo el sector produce condiciones laborales precarias, exclusión social e injusticia ambiental.

Como resultado, las políticas actuales se dirigen principalmente a gestionar visitantes o el transporte, no a frenar el crecimiento del turismo ni a abordar los desequilibrios de poder. Este enfoque limitado no resuelve las causas fundamentales del problema y solo perpetuará las desigualdades.

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Más allá de las transformaciones urbanas, la dependencia del turismo de la mano de obra precaria es un problema apremiante. Muchos trabajos en el sector son mal pagados, inestables y altamente estacionales. Si bien las organizaciones internacionales y las autoridades municipales promueven el turismo como motor de prosperidad económica y creación de empleo, la pregunta de "¿qué tipo de trabajos?" con demasiada frecuencia se pasa por alto.

En el futuro, se necesita investigación más fundamentada e interseccional, especialmente estudios longitudinales y etnográficos que examinen los impactos de clase, género y ambientales del turismo. Esto, a su vez, informará la formulación de políticas en todos los niveles y la guiará lejos de la mentalidad actual depredadora y de crecimiento prioritario que está alimentando el conflicto social y las desigualdades.

En lugar de ver las protestas como molestias aisladas de un solo problema, deben entenderse como parte de luchas más amplias por la justicia social. Este movimiento demuestra que las alternativas y propuestas cocreadas deben priorizar el bienestar comunitario sobre el crecimiento económico.

Repensar el turismo urbano significa reimaginar las ciudades como lugares donde los residentes pueden prosperar, no solo sobrevivir. Para lograr esto, debemos abordar las desigualdades más profundas en el corazón de los procesos de turistificación.

Fuente: The Conversation/ Traducción: Maggie Tarlo

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