La reinvención del zoológico de Buenos Aires
Mark Hillsdon
Amara, tendida bajo la sombra de un
enorme ombú, te recibe en la entrada del Ecoparque de Buenos Aires. Es sólo uno
de las docenas de roedores parecidos a liebres que deambulan por los terrenos
del antiguo zoológico de la ciudad.
Hoy en día, sólo quedan unos pocos
“animales heredados” en Buenos Aires, aquellos que son difíciles de reubicar
debido a su edad. Estos incluyen dos hipopótamos, que se revuelcan en un nuevo
recinto; un par de jirafas geriátricas; dos elefantes ancianos, que acuden
periódicamente a sesiones de podología; y un camello artrítico, que recibe
acupuntura y magnetoterapia cinco veces por semana.
El zoológico cerró sus puertas por
última vez en 2016. La opinión pública de la ciudad se había vuelto contra la
idea de exhibir animales para entretenerse, a menudo en recintos que habían
cambiado poco desde que fueron construidos a fines del siglo XIX. En los
últimos siete años, más de mil animales han sido trasladados a santuarios en
todo el mundo, lo que refleja cómo el cometido del parque ha cambiado de
ofrecer diversión a convertirse en un centro de conservación de importancia
nacional.
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“Como zoológico, la conservación pasó
a un segundo plano después de su propósito principal de ganar dinero”, dice
Dolores Medina, coordinadora de conservación y vida silvestre del parque.
“Ahora no tenemos animales aquí con el fin de mostrarlos al público. Trabajamos
para la conservación de las especies, pero también para concienciar a la gente
sobre cómo están impactando a los animales”.
Mientras que algunos de los antiguos
edificios catalogados se están restaurando, otros se están reutilizando como
oficinas, cafeterías y centros educativos. La casa de los babuinos del
zoológico se ha transformado en un hospital de animales de última generación,
que acoge animales salvajes heridos de toda Argentina y también alberga el
biobanco más grande de Sudamérica, con material genético de 120 especies mantenido
en suspensión criogénica.
El proceso no fue del todo sencillo:
hubo protestas después de que más de cien animales murieran en los años
posteriores al cierre del zoológico. Además de la vejez, muchas de las muertes
se atribuyeron a la mala atención y gestión. Desde entonces, el equipo detrás
del ecoparque ha trabajado duro para recuperar la confianza, tanto de la
población local como de otros profesionales de la conservación.
Buenos Aires no es el único zoológico
de Argentina que está cambiando. Los de Mendoza y Córdoba también se han
convertido en ecoparques, mientras que el zoológico de Medellín, Colombia, ha
sido rebautizado como parque de conservación, y la colección nacional de
animales de El Salvador ha sido suspendida.
Según Chris Lewis, responsable de
investigación en cautiverio de Born Free, una organización benéfica para la
vida silvestre que lleva mucho tiempo haciendo campaña contra el mantenimiento
de animales en los zoológicos, existe una tendencia creciente hacia los
ecoparques en América del Sur, ya que el número de visitantes no alcanza los
niveles que disfrutan los zoológicos de Europa y América del Norte.
También hubo “altos niveles de
críticas hacia algunas de estas instalaciones”, dice, desde la muerte de un oso
polar durante una ola de calor en Argentina hasta la muerte inexplicable de un
hipopótamo en El Salvador.
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El parque de Buenos Aires todavía
está abierto a los visitantes, pero el número está restringido a dos mil
personas por día y su objetivo es funcionar como un centro de conservación y
rescate.
El parque atiende a animales heridos
de toda Argentina, dice Medina, apoya a las provincias que no tienen las mismas
instalaciones modernas y ayuda a repoblar la biodiversidad de Argentina.
“Existe un fideicomiso involucrado en que otras provincias nos brinden sus
animales rescatados para rehabilitarlos”, dice.
El parque ejecuta una docena de
programas de conservación, trabajando en estrecha colaboración con Rewilding
Argentina para rescatar a las guacamayas rojas y verdes del borde de la
extinción. Muchas aves son criadas a mano en el parque, dice Medina, utilizando
una mezcla de títeres de guante y espejos para que no asocien a los humanos con
la comida, técnicas que ahora están utilizando otras instituciones.
El parque también ha trabajado
estrechamente con la Fundación Bioandina para devolver a la naturaleza 240
cóndores andinos, y también hay programas de conservación para los tapires y la
tortuga gigante, que fue cazada hasta su extinción. La rana valcheta,
catalogada como en peligro crítico por la UICN, ha sido diezmada por la
introducción de peces exóticos, como la trucha. Este año, el parque pudo criar
y luego liberar 2330 ranas.
Igualmente en riesgo está el caracol
de agua Apipé, otra criatura con un hábitat restringido, cerca de la frontera
con Brasil. Una presa hidroeléctrica ha convertido el agua que alguna vez fluyó
rápidamente y altamente oxigenada de la que dependían los caracoles en un lago,
donde ha prosperado un parásito que causa infertilidad en los caracoles. Ahora,
varios tanques en el ecoparque están dedicados a recrear las condiciones
exactas que el caracol necesita para reproducirse, y se reintroducirán más de
mil.
“Al principio fue un verdadero
desafío porque nadie sabía realmente lo que intentábamos hacer”, dice Medina.
Pero con el tiempo, dice, el parque se ha ganado la confianza del público y de
la comunidad científica, quienes entienden que su objetivo es proteger las
especies nativas y no exhibir las exóticas.
Como resultado, muchas organizaciones
conservacionistas ahora los ven como socios, dice: "En ese sentido, hemos
logrado lo que nos propusimos".
Fuente: The Guardian/ Traducción:
Alina Klingsmen