Sobrevivir a la pandemia según tu código postal
Por Ian Golding y
Robert Muggah
Ninguna ciudad se ha salvado de la propagación letal del
COVID-19. Pero el virus ha tenido un impacto profundamente desigual en
diferentes grupos de personas, inclusive en una misma ciudad. Cuando la ciudad
de Nueva York era el epicentro global de la pandemia, el centro de Manhattan
tenía una tasa de infección de aproximadamente 925 cada 100.000, comparado con
4.125 cada 100.000 en Queens. La razón de esta brecha es muy clara: los
residentes más adinerados de Nueva York podían acceder a una amplia gama de servicios
de salud y trabajar de manera remota en edificios espaciosos de varios pisos.
Como en toda gran ciudad, el código postal forja a fondo el
propio destino. Manhattan y Queens están a menos de 25 minutos de distancia en
metro, pero la diferencia entre ambos en ingresos medianos anuales es la
asombrosa cifra de 78.000 dólares, y la variación en expectativa de vida entre
los distritos de la ciudad puede llegar a diez años. Desigualdades similares en
ingresos, salud, educación y prácticamente cualquier otra métrica de bienestar
persisten en la mayoría de las metrópolis en todo el mundo. El COVID-19
ampliará aún más estas disparidades.
En todo el mundo, no son tanto las ciudades densamente
pobladas como los barrios hacinados y marginados los que luchan para contener
la propagación del COVID-19. Los factores socioeconómicos, no la geografía
física, son un determinante clave del riesgo de contagio, particularmente en
las zonas construidas de los países en desarrollo. Por ejemplo, se estima que
más de la mitad de los siete millones de residentes de barrios marginales de
Mumbai ya tienen COVID-19. Y en Sudáfrica, donde cinco millones de hogares no
tienen refrigerador, apenas el 46% tiene acceso a un inodoro en su casa y un
tercio comparte el baño con otras familias, no es sorprendente que las nuevas
infecciones se hayan disparado a pesar de las medidas drásticas de encierro que
se aplicaron.
La pandemia del COVID-19 es especialmente perjudicial para
los residentes de las ciudades que trabajan en la economía informal, donde la
mayoría de los empleos están mal pagos y no se pueden realizar de manera
remota. Mientras que el 47% de los graduados universitarios pudo trabajar de
manera remota en Estados Unidos en julio, sólo el 4% de los que no tienen un
título secundario pudo hacerlo. Si bien esta dinámica efectivamente afecta a
los pobres urbanos en ciudades como Nueva York, es aún más debilitante para
quienes viven, por ejemplo, en Dhaka, donde más del 80% de los trabajadores
dependen del sector informal –la organización para el desarrollo BRAC reporta
que el 62% de todo el ingreso salarial diario esencialmente desapareció en
junio.
Como mostramos en nuestro nuevo libro Terra Incognita, el
COVID-19 está exacerbando múltiples formas de desigualdad al interior de los
países y ciudades, y entre ellos, y plantea interrogantes fundamentales sobre
el futuro de la vida urbana. Las principales ciudades están sobrellevando el
peso de los costos humanos y económicos de la pandemia –y lo peor todavía está
por venir-, lo que alimenta temores sobre si lograrán sobrevivir o no como los
nodos centrales de la economía global.
Pero si bien la pandemia ha afectado seriamente a muchas
ciudades superestrella, algunas de las industrias que impulsan sus economías
son asombrosamente resilientes, lo que puede ayudar a explicar por qué los
mercados bursátiles globales se han recuperado. Ya es evidente que las mayores
beneficiarias de la crisis actual serán las grandes compañías tecnológicas (Big
Tech). El mismo día que se difundió que el crecimiento económico de Estados
Unidos había caído un 32,9% (el 31 de julio), Amazon reportó ganancias
trimestrales de 5.200 millones de dólares, con ventas un 40% superiores al año
anterior. De la misma manera, Google, Apple y Facebook han tenido un mejor
desempeño que la economía en general durante la pandemia.
El Citibank estima que el 80% de los empleos en servicios
financieros se pueden llevar a cabo de manera remota, de manera que un efecto
duradero del COVID-19 bien podría ser la eliminación de los desplazamientos
para muchos, si no para la mayoría, de los trabajadores de la economía del
conocimiento. Asimismo, una encuesta reciente de Gallup determinó que a tres de
cada cinco trabajadores estadounidenses que trabajan desde su casa durante la
pandemia les gustaría seguir trabajando de manera remota el mayor tiempo
posible. Y una encuesta de Bloomberg determina que el 97% de los analistas
financieros, el 94% de los gestores de fondos y el 80% de los operadores
consideran trabajar desde su casa en el futuro al menos parte del tiempo.
Aún si se desarrollara y se distribuyera una vacuna en 2021,
el COVID-19 será tremendamente disruptivo para las ciudades. Nicholas Bloom de
la Universidad de Stanford predice que, si las ciudades pierden el espacio de
oficinas antes utilizado por los trabajadores del conocimiento, los gastos
urbanos en general podrían caer una tercera parte. La drástica caída en los
impuestos a la propiedad y otros canales de ingresos comprometerán seriamente
la capacidad de los gobiernos municipales de brindar servicios básicos. El
éxodo de trabajadores de alto valor tendrá efectos en cadena peligrosos en los
residentes de las ciudades –desde camareros y actores hasta almaceneros y
comerciantes minoristas-. Esta gente y estos servicios les dan a las ciudades
gran parte de su carácter, y su pérdida aceleraría la espiral descendente.
Aun así, si bien muchas ciudades importantes están abatidas,
distan de estar acabadas. Ya se había pronosticado la muerte de la ciudad
superestrella antes y, sin embargo, las áreas urbanas siempre han demostrado
una capacidad extraordinaria para recuperarse, inclusive de pandemias y plagas.
Aún en las condiciones más adversas, las ciudades grandes, medianas y más
pequeñas siguen siendo los lugares más deseables para vivir, trabajar y jugar,
y los residentes urbanos son más saludables y adinerados que sus contrapartes
rurales, en promedio. Es poco probable que esto vaya a cambiar, a pesar de la aceleración
del trabajo remoto.
Las ciudades seguirán siendo sitios para la innovación, la
experimentación y la invención. Ahora que muchos países enfrentan la segunda
ola de COVID-19 (o todavía están atrapados en la primera), los alcaldes están
repensando sus estrategias para mejorar la asequibilidad, promover la limpieza,
garantizar cadenas de suministro estables, producir energía y reducir la
congestión. Precisamente porque las ciudades enfrentan tremendas penurias
financieras y pasivos crecientes, necesitarán apelar a su creatividad
excepcional para hacer más con menos. En lugar de ser una amenaza existencial
para las ciudades, el COVID-19 podría conducir a un urbanismo más avanzado e
inclusivo en algunas partes del mundo.
De una u otra manera, nuestro futuro reside en las ciudades.
Es por eso que el Foro Económico Mundial ha centrado su iniciativa “El gran
reinicio” en los centros urbanos, y ésa es la razón por la que el secretario
general de las Naciones Unidas, António Guterres, ha colocado a las ciudades
resilientes e inclusivas en el centro de la estrategia para alcanzar los
Objetivos de Desarrollo Sostenible. Para los líderes de las ciudades, la misión
es empezar a invertir en micromovilidad y peatonalización, mientras se prueban
nuevos modelos de diseño urbano, inclusive readaptando edificios y espacios
públicos con alternativas renovables más saludables. La pandemia nos ha
demostrado que para garantizar una población sana hace falta reformular la sociedad.
Las ciudades es el lugar donde comenzará ese proceso.
Fuente: Ñ