Posmetrópolis


Por Fabio Quetglas
Cámara de Diputados de la Nación Argentina
Universidad de Madrid

La pandemia está impactando en la organización del espacio y la ocasión es propicia para que el país revise su modelo centralizado e insostenible. En circunstancias no catastróficas, la movilidad migratoria de las personas está explicada por las expectativas de trabajo y/o ingresos, o por la calidad de los servicios públicos a la que aspira. Nuestras metrópolis no son una patología, sino la consecuencia de la industrialización. Son la versión territorial de la economía de escala. A lo largo del siglo XX, en todo Occidente, las grandes áreas metropolitanas han concentrado recursos, han facilitado inversiones e impulsado la innovación y han incidido en nuestro modo de ver el mundo. En definitiva, han generado una cultura.


Las metrópolis seguirán existiendo y necesitan urgentemente perfeccionar sus mecanismos de gobierno, sus estrategias de coordinación y, sobre todo, minimizar sus deseconomías de escala, buscando un estándar socioambiental más alto y más extendido. Pero el futuro de la organización territorial es la red de ciudades, la constitución de un entorno posmetropolitano muy diferente a la desequilibrada geografía que hoy presenta Argentina. La fragilidad de los contextos metropolitanos a las amenazas biológicas solo podrá gestionarse adecuadamente con un mejor uso de la información, pero también con la posibilidad de un control territorial adecuado en casos de emergencia.

Sin dudas las ciudades se transformarán. La relación entre el espacio público y el espacio privado, que es uno de los grandes ejes de la urbanidad, ha sido afectada. Es probable que sectores de ingresos altos y/o más educados, junto con trabajadores de las industrias del conocimiento, migren; que las viviendas futuras se conciban con espacios destinados al trabajo. El paradigma de movilidad cotidiana se alterará y el modelo comercial mutará aceleradamente; naturalmente, se ciernen peligros y se abren posibilidades.


La universalización de la comunicación digital es la condición de posibilidad de un nuevo modelo territorial reticular y policéntrico, pero la tarea requiere de una visión. Nuestros desequilibrios territoriales no son casuales, no hay un fatalismo que nos haya traído hasta aquí. Tampoco salir de esta situación será una casualidad, sino un trabajo duro. ¿Podemos los argentinos en dos décadas configurar una nueva territorialidad? ¿Podemos, por ejemplo, evitar el colapso del AMBA generando 50-100 polos de desarrollo que crezcan por encima de la media nacional y configuren el espacio de una sociedad más próspera, más dinámica; que terminen por fin con nuestra vieja agenda de problemas de lo que ya parece un interminable siglo XX, siempre signado por la falta de divisas y por la inestabilidad?

No es ridículo pensar que, como consecuencia de la pandemia, por presión de las sociedades y por la sensación de “límite” que se ha instalado, el comercio internacional de alimentos y otros productos de origen natural requerirá de estándares de calidad más altos, el cumplimiento de requisitos ambientales más estrictos, pautas de trazabilidad exigentes, la sustitución creciente de materiales no renovables, la búsqueda de la neutralidad de carbono, etc. Argentina puede enfrentar ese desafío: disponemos de suelo y agua, de empresas que saben hacerlo, de cadenas logísticas que funcionan, de saber técnico extendido, de agencias públicas y también privadas que diseminan el conocimiento y las mejores prácticas.

La economía del conocimiento en el país tiene muchos rostros, y sin dudas las capacidades en materia de bioeconomía son muchas veces soslayadas por las instituciones. Pero lo cierto es que así como el software nos llena de orgullo, disponemos de otro yacimiento de talento y capacidades en las denominadas “ciencias de la vida”, desde donde podemos contribuir con las soluciones que el mundo requiere, al mismo tiempo que podemos reconfigurar nuestro país y cumplir el sueño de nuestros padres fundadores en materia de federalismo, equilibrio territorial y cohesión social. Sin embargo, para dar ese gran salto adelante necesitamos, además de la visión, audacia política e inversiones.

Una alternativa para escapar a las polémicas puede ser ensayar un modelo diferente de promoción territorial, que en vez de eximir de impuestos a las empresas estimulando el “clientelismo empresarial”, como hemos hecho casi siempre hasta ahora, vaya al fondo de nuestras debilidades y genere “zonas económicas especiales” en las que se consolide un modelo fiscal estable durante 20 años, un marco de relaciones laborales más adaptado a las tecnologías actuales y a los modos de organización empresarial emergentes, la apertura a los flujos comerciales, un programa quinquenal de inversión pública y una agenda ambiental alineada con los más altos estándares globales. Con el fin de evitar la competencia desleal, se puede exigir que las nuevas empresas o actividades que aprovechen ese contexto destinen, al menos, el 90 % de su producción a la exportación.

No intentar un modelo alternativo de gestión territorial nos va a enfrentar a la necesidad de generar cientos de miles de puestos de trabajo en actividades menos competitivas. La inviabilidad del gigantismo urbano en tiempos de depresión económica es un riesgo cierto. Argentina tiene en todo su territorio un potencial. Necesitamos más empresas, más empleos, más inversiones y más calificación en las personas y en los procesos. Ese esfuerzo puede ser hecho si generamos un horizonte temporal que lo justifique. La idea de elegir algunas zonas y empezar puede ayudar a romper la inercia.

El aprendizaje que podemos extraer de nuestras anteriores experiencias promocionales es que el reequilibrio territorial depende de múltiples factores, pero sobre todo de la capacidad del tejido económico de producir bienes y servicios de calidad. Ese resultado no se puede conseguir sin empresas, sin reglas de juego razonables y sin una sociedad estimulada por la movilidad social potencial que la actividad económica genera.

No debemos resignarnos, ni negar las dificultades del momento. Necesitamos superar la “política espectáculo”, las visiones simplificadoras, las discusiones anecdóticas. Nuestra obligación es buscar alternativas y analizarlas de manera exhaustiva. “No hay otro tiempo que el que nos ha tocado”, el verdadero sentido histórico es construir una respuesta contemporánea para Argentina, que nos permita desplegar nuestra potencialidad y recrear el ideario de movilidad social que nos ha hecho sentir tan orgullosos.

(*) Pospandemia. 53 políticas públicas para el mundo que viene. Centro de Evaluación de Políticas basadas en Evidencia (CEPE), Universidad Torcuato Di Tella (2020).

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