Sarmiento y la protección de los animales de Buenos Aires del siglo XIX
Carros a caballo en Buenos Aires, fines del siglo XIX. |
Domingo Faustino Sarmiento parece haber tenido millones de
vidas en una sola vida. Quizás no hizo de todo, porque nadie puede hacer todo, pero
sí hizo muchas cosas. Fue escritor, periodista, político, docente, viajero
incansable, militar y estadista; gobernó la provincia de San Juan entre 1862 y
1864, fue presidente de Argentina entre 1868 y 1874, senador entre 1874 y 1879,
ministro del Interior en 1879, entre montones de otras cosas. Y también fue,
entre 1882 y 1885, presidente de la Sociedad Argentina para la Protección de
los Animales.
En “Civilización, barbarie, ciudad: Sarmiento protector delos animales en la Buenos Aires de fines del XIX”, un trabajo publicado en el número actual de la
revista Culturales, de la Universidad Autónoma de Baja California, el investigador
Leandro Ezequiel Simari analiza los fundamentos y finalidades que
Sarmiento postuló para
legitimar la naciente
labor de defensa
de los animales y observa los
puntos de contacto
entre la protección de los animales y los núcleos principales de su
pensamiento, su literatura y su programa político.
En la primera mitad de la década de 1880, Sarmiento escribió
y problematizó en diarios como El Nacional y El Censor, los grandes foros de
debate de la vida pública, el trato de los animales en la Argentina de finales
del siglo XIX. En especial, en la ciudad de Buenos Aires, ese faro de
modernidad que debía iluminar la nación y, por qué no, el sur del continente. Luego,
ya en la Sociedad protectora, pasó a la acción directa. Pero siguió escribiendo
y pensando.
“Los textos e iniciativas de Sarmiento en torno a la
protección de los animales ―escribió Simari― operan como puertas de acceso
novedosas a problemas ya conocidos, atajos imprevistos que conducen de nuevo
hacia dilemas y debates arduamente transitados por el veterano de la política y
las letras. A través de ellos, Sarmiento vuelve a mirar, desde otro ángulo, el
cuadro mayor de su pensamiento: su visión del país, las preocupaciones que le
resultaron urgentes durante esos años finales y las otras, las que, aun en la
renovación de las coyunturas históricas, de los actores intervinientes y de su
propio aparato conceptual, remitieron siempre a un idéntico patrón de análisis
y a idénticas conclusiones”.
Y continúa: “Pensar en el lugar del animal en la Argentina
de fin de siglo, en su relación con el hombre, en los espacios que se le
deparan en la ciudad, en las formas en que se lo explota, transporta, estudia,
mata, será otro punto de partida para volver a pensar la Argentina de fin de
siglo, el hombre, la ciudad, las formas de producir, explotar, transportar,
estudiar, matar. Porque si el interés por mitigar los padecimientos de la vida
animal es un estandarte que iza por primera vez, Sarmiento no dejará de
enarbolarlo en sus campos de batalla conocidos y, cabría decir, dilectos”.
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