La imaginación radical
Por Liliana Colanzi
Toda revolución nace con un acto de desobediencia. Una mujer
negra que se niega a sentarse en la parte de atrás del autobús y cuyo
gesto desafiante prende la chispa de la lucha por los derechos civiles
en Estados Unidos. Cuatro mujeres aimaras, acompañadas de sus hijos,
empiezan una huelga de hambre que se extiende por toda Bolivia y que
acaba con la dictadura de Banzer. Una escritora cochabambina del siglo
XIX se pelea públicamente con un representante de la Iglesia católica;
en una época en que esto parece impensable, exige que las mujeres puedan
votar, educarse y conseguir el divorcio.
La historia de las
mujeres está hecha de gestos de disidencia, públicos y anónimos. Desde
la mujer que vence el miedo y la vergüenza para señalar públicamente a
su agresor hasta la que decide rehuir el mandato social del matrimonio y
tener tiempo para leer, pensar, crear. Las que se organizan en defensa
de un río, de un bosque, de una reserva natural. Las que leen la
historia a contrapelo, buscando las huellas de esas otras mujeres
silenciadas y olvidadas.
Desobedecer es negarse a ser cómplice de
un sistema, pero también imaginar que la realidad podría ser de otra
manera, que la historia podría haber tomado otro rumbo. “Imaginar ha
sido siempre la primera transgresión del feminismo. Y la historia del
feminismo es una historia de transgresión”, dice la escritora chilena
Alia Trabucco. Por eso el feminismo es un ejercicio de la desobediencia,
pero también de la imaginación desbocada: las feministas que nos
precedieron tuvieron que plantearse aquello que hasta entonces resultaba
inconcebible, un mundo en el que las mujeres iban a la universidad, se
divorciaban, se integraban a la fuerza laboral en los mismos oficios que
un varón. Tuvieron que verse ocupando espacios que les estaban vetados,
haciendo cosas que resultaban inauditas y risibles para una mujer.
Los
feminismos de hoy se proponen reinventar el mundo a partir del
cuestionamiento y la imaginación radicales: se meten con lo privado y
con lo público; de su escrutinio y de su reescritura no escapan el poder
ni la subjetividad ni el lenguaje. Y a partir de la insubordinación y
del deseo de otro mundo están cambiando, de forma intensa y a menudo
conflictiva, el sentido común de nuestro tiempo.
Estamos en un
momento vital, de ruptura y salto al vacío, en el que el feminismo es
una fuerza que interpela y transforma. En Bolivia, la marea feminista ha
surgido del hartazgo, el dolor, la ira y la náusea ante la acumulación
de casos de violencia física y sexual extrema que quedan en la
impunidad. El espectáculo horroroso de los cuerpos de mujeres
torturadas, mutiladas y violadas, y la impotencia ante un sistema que
encubre a los perpetradores y retrasa —o directamente niega— la justicia
a las víctimas, han empujado a cientos de mujeres a tomar las calles, a
organizarse para defenderse y a establecer alianzas con otros grupos
(como los de las mujeres trans). Se han convocado en juzgados, plazas y
universidades, en las puertas de las iglesias, las alcaldías, la Casa
Grande y el Palacio de Justicia para dejar en claro que no nos callamos
más, porque —como dice Cristina Rivera Garza— todos hemos perdido mucho
con el silencio de las mujeres.
Y como cada vez que la voz de las
mujeres se ha articulado colectivamente, no ha tardado en llegar la
arremetida de discursos conservadores que buscan minimizar sus demandas,
que quieren empujarlas de regreso al espacio doméstico y negarles la
autonomía sobre sus cuerpos, que intentan destruir lo ganado por décadas
de lucha de grupos feministas y colectivos LGBTI. Por eso, al llamar a
esta antología, era evidente entre nosotras la sensación de urgencia y
de euforia, pero también de duda. “Se necesita mucha inteligencia en
este momento en que hay tanto dicho, tanto en discusión”, me escribió
una de las autoras a las que contacté. “Este es el texto que más me ha
costado escribir”, me dijo otra. Y es que aquí se juntan nuestras
vulnerabilidades, nuestros miedos, nuestra fuerza, nuestra rabia,
nuestro voraz anhelo de cambio y nuestra lectura de un presente al que
no podemos ver con claridad por estar inmersas en él; más que dar
respuestas, estamos tratando de plantearnos preguntas que amplíen el
campo de lo que se puede pensar, decir y sentir. Siempre ha sido difícil
para las mujeres articular una voz colectiva y lo hacemos aquí
reconociendo las numerosas experiencias y los puntos de vista
compartidos, pero sin borrar las diferencias entre nosotras, los
distintos lugares de enunciación, las perspectivas opuestas y la
historia de cada una.
Los textos de este libro (en el que escriben
Fabiola Morales, Magela Baudoin, Fabiola Gutiérrez, Paola Senseve,
Valeria Canelas, Lucía Carvalho, Christian Daniel Egüez, Alison
Spedding, Virginia Ayllón y María Galindo) cuestionan no solo la
situación de la mujer, sino las bases mismas de un sistema capitalista,
patriarcal, racista, extractivista y colonial que conducen a la
depredación, el sometimiento y la muerte. Hay ensayos que hablan de la
necesidad de pensar ya no en derechos, sino en vanguardias y utopías, en
la revolución permanente. Otros critican a un Estado boliviano que
controla los cuerpos de las mujeres, negándoles la soberanía para
decidir si desean o no ser madres, y que incluso hoy en día exige la
firma del esposo para procedimientos como la ligadura de trompas. Hay
autoras que se rebelan contra la imposición de la maternidad como
destino inescapable y que escriben desde las posibilidades felices que
ofrece el desvío de ese mandato.
Hay voces críticas con respecto a
un feminismo blanco y eurocéntrico que no problematiza su propio
confort, posibilitado por el trabajo de mujeres migrantes, muchas de
ellas con arreglos precarios a partir de su condición de ilegales.
Algunas escritoras hablan de lo que significa ser mujer y sentirse en
peligro solo por el hecho de caminar en la calle. Muchas exploran la
relación problemática con nuestros propios cuerpos.
También
encontrarán en esta antología reflexiones sobre las disidencias
sexuales, esas que socavan las gramáticas de lo que es ser hombre o
mujer y que albergan a “las raras, los marginados, las periféricas y las
inadaptadas”. Hay críticas a una masculinidad que produce hombres
violentos, homofóbicos, racistas, femicidas y travesticidas. Hay miradas
a la representación de la mujer en el arte y en la poesía. Hay
experiencias de mujeres ejerciendo el liderazgo sindical en el área
rural, de las dificultades que encuentran al momento de afirmar su
autoridad frente a sus pares masculinos, a quienes les cuesta aceptar
que una mujer tome decisiones por toda la comunidad. Y está la pregunta
sobre la voz pública de las mujeres, por su ausencia, por la doble
jornada invisible que impide o desacelera el ingreso pleno a la esfera
pública.
Si algo ha caracterizado a las luchas feministas ha sido
su capacidad para asumir las dimensiones enormes del desafío de
replantearse todo. Estos textos se atreven a proponer nuevos y
provocadores caminos, nuevas e inquietantes preguntas, y a soñar con
alternativas osadas por donde se vaya filtrando la imagen de otra
realidad posible.
* Prólogo a La desobediencia, antología de ensayo feminista (edición de Liliana Colanzi), Dum Dum editora, 2019.