La ola de calor en Europa y el nuevo fundamentalismo del aire acondicionado



Los últimos veranos fueron particularmente calurosos en varias regiones de Europa.  Este año ya contamos con las temperaturas record, incendios, muertos en tres países y picos históricos de contaminación. Muchos dicen que no hay mucho que pueda hacerse excepto hidratarse y mantenerse a la sombra; otros recuerdan que el cambio climático no era el invento conspirativo que muchos gobiernos industriales nos querían hacer creer. Y otros han llegado a soluciones más prácticas: instalar, finalmente, aires acondicionados en sus hogares.

Si se observa el mapa europeo, sólo menos del 5% de los hogares cuentan con aire acondicionado. Por supuesto que el porcentaje aumenta al situarnos en las ciudades, pero sin alcanzar cifras destacables; en España, por ejemplo, sólo 3 de 10 hogares tiene instalado un artefacto acondicionador. Por ponerlo en perspectiva, en Estados Unidos el 90% de los hogares cuenta con aire acondicionado; en Argentina, el 75%.


El panorama variará. La Agencia Internacional de Energía estima que en las próximas décadas se duplicará el número de equipos instalados en diferentes países y ciudades europeas. Podría iniciarse así, en Europa, una verdadera revolución del aire acondicionado, aunque según los estándares globales —especialmente en comparación con la India, Indonesia y China— el impacto será mínimo.

Pero lo habrá. Y la pregunta por el aire acondicionado, que en otros países no le hace perder el sueño a nadie (si en Estados Unidos a nadie le interesa demasiado el cambio climático, en Argentina tampoco interesa el consumo de reservas energéticas y mucho menos cuando son subsidiadas por gobiernos populistas), se impondrá con fuerza en las grandes capitales europeas: para sortear los efectos del cambio climático, a través de la instalación masiva de equipos de aire acondicionado, sólo se conseguirá potenciarlo.  


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