¿Pero entonces Donald Trump es un líder populista o no?



 


¿Donald Trump es un líder populista? ¿Es como Hugo Chávez, Evo Morales, Cristina y Néstor Kirchner, Víctor Orban, Marine Le Pen, Lázaro Cárdenas, Carlos Menem, Getúlio Vargas o Jair Bolsonaro? ¿O se trata de algo diferente? Quizás parezcan preguntas políticas o ideológicas, y sin dudas lo son en alguna de sus dimensiones, pero también son ―y para las ciencias sociales deben serlo mucho más, y ante todo― preguntas conceptuales. Si no sabemos de qué estamos hablando, difícilmente podremos hablar sobre alguna cosa. O sobre nada.

                En su libro ¿Por qué funciona el populismo?, publicado este año por Siglo XXI, la politóloga María Esperanza Casullo se pregunta cómo es que candidatos como Morales y Trump ganaron las elecciones cuando los analistas más serios estaban seguros de que iban a perder. “En política, el populismo funciona”, propone Casullo. No interesa sin son de derecha o si son de izquierda. Funcionan, los populismos, sean de derecha o de izquierda.

                Como líder populista, Trump nos recuerda ―explica Casullo― que la distinción entre derecha e izquierda “no se sustenta en un mayor o menor grado de antagonismo (ambos son antagonistas), ni en una mayor o menor inclusividad (ninguno de ellos es totalmente inclusivo o universalista: en ambos casos algún sector debe ser excluido en tanto élite), sino en la dirección del antagonismo y en la orientación temporal del mito. En la primera dimensión, el antagonismo puede dirigirse hacia arriba (es decir, a una élite económico-social) o hacia abajo (hacia inmigrantes, minorías étnicas, mujeres); en la segunda dimensión, los populismos de izquierda tienden a orientarse hacia el futuro, y los de derecha, a ser nostálgicos o romántico”. A hacer América grande otra vez, por ejemplo.


                Días atrás, el economista Paul Krugman se peguntó en un artículo del New York Times: “¿Por qué Trump no actúa como un populista de verdad?”.  Para Krugman, Trump no es un populista, o al menos no puede serlo según las categorías trazadas en el libro de Casullo. Krugman recordó que Trump dijo, en febrero de 2016, después de la victoria en las primaria de Nevada: “Adoro a la gente con poca educación”.

“Y la gente con poca educación ―sigue Krugman― le corresponde la adoración: las personas blancas, sin un título universitario, son prácticamente el único grupo demográfico entre el cual Trump tiene más del 50 por ciento de aprobación. En ese caso, ¿a qué se debe que Trump no ha estado dispuesto a hacer nada —en serio, nada— para ayudar a esa gente que lo instaló en la Casa Blanca?”.

                Krugman señala que la prensa describe a Trump como “populista”, alguien que ha llegado a posiciones de poder al explotar el resentimiento entre votantes blancos en contra de personas migrantes y de élites mundiales. “En 2016, durante su campaña, Trump sonaba como si pudiera ser un populista al estilo europeo: una mezcla de racismo con parte de apoyo a programas sociales que benefician a la gente blanca. Trump incluso prometió aumentar los impuestos a los ricos, él incluido. Sin embargo, desde que asumió el cargo, no ha dejado de favorecer a los adinerados por encima de las personas de clases bajas, sin importar cuál sea el color de piel de estas".

Y concluye: “El hecho es que Trump no es populista, a menos que redefinamos populismo únicamente como un sinónimo de racismo”. ¿Encaja Trump en el populismo de los análisis de Casullo y otros politólogos? Sí, no, tal vez. Por eso es tan importante hacerse las preguntas conceptuales: para saber de lo que hablamos.

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