Más allá de la romantización de las prácticas etnográficas
“Definitivamente siento que este es un buen momento para que
la antropología contribuya a construir un mundo mejor durante y después de la
pandemia de COVID-19. Los antropólogos de hoy están haciendo interesantes
contribuciones a la comprensión humana y abordando los problemas más
apremiantes de la civilización. Al igual que otros académicos, tenemos una gran
cantidad de información que el mundo necesita saber, y hay cada vez más
oportunidades para que podamos sumarnos a las conversaciones nacionales y
globales que nos afectan a todos. Sin embargo, también es importante que, como
antropólogos, no reconozcamos continuamente las fallas sistémicas duraderas
como crisis discretas enmarcadas en el tiempo en aras de justificar la
relevancia disciplinaria”.
Eso explica
Thurka Sangaramoorthy, profesora de antropología en la Universidad de Maryland,
autora de Treating AIDS: Politics of
Difference, Paradox of Prevention (Rutgers, 2014) y coautora de Rapid Ethnographic Assessments: A Practical
Approach and Toolkit for Collaborative Community Research (Routledge,
2020).
Y sigue: “Como académica con experiencia específica en antropología
y salud pública, y como inmigrante, estudiante universitaria de primera
generación y mujer de color en la academia cuyo trabajo y vida están
profundamente entrelazados, he obtenido mucho consuelo y esperanza en dar
testimonio del poder de las coaliciones comunitarias mientras acompañamos a los
líderes y defensores de la comunidad en la movilización para cuidarnos unos a
otros, actuar y participar en las luchas necesarias en torno a los problemas
que han existido desde hace mucho tiempo: atención médica universal y
significativa, abolición, derechos de vivienda, igualdad de empleo, igualdad de
género, justicia ambiental y derechos de comunidades marginadas, poblaciones
desplazadas, migrantes e inmigrantes”.
Agrega: “Por ejemplo, COVID-19, como otras crisis sociales y
de salud, ha expuesto la necesidad de una cobertura universal de salud y
financiamiento de salud en los Estados Unidos. Vemos que al examinar las
respuestas de otros países a COVID-19, como Corea del Sur, se revela cómo la
cobertura sanitaria universal es una base importante para hacer frente a las
crisis epidémicas y de seguridad sanitaria. Durante los primeros años del
activismo contra el VIH, hubo debates similares sobre si la lucha fue específica
para salvar vidas de forma inmediata a través de la investigación y el
tratamiento o si la lucha se centró más en abordar todas las disparidades
subyacentes que permitieron que el VIH prospere. Desde entonces, varios líderes
y grupos en los Estados Unidos han pedido atención médica universal, o Medicare
para todos, pero en cada caso (al menos ahora parece), ellos y nosotros no
hemos alcanzado el objetivo. La crisis de COVID-19 crea otro momento para que
cambiemos esto, y creo que es importante que los antropólogos se unan a esta
lucha en curso”.
Y suma: “También trabajo junto a líderes comunitarios,
activistas y proveedores de servicios sociales y de salud en el campo de los
derechos de VIH e inmigración que se han negado por mucho tiempo a aceptar el
statu quo y, en cambio, han creado sus propias formas de atención.
Desarrollaron organizaciones de asistencia médica y apoyo, desafiaron y
cambiaron la forma en que se brindan los tratamientos y servicios, y exigieron
que la sociedad y el gobierno presten atención y respondan. Ven esto como una
respuesta necesaria, justa, moral y legítima a la precariedad actual
caracterizada por la escasez económica, la desigualdad cívica, la atención
médica basada en el mercado y las políticas de exclusión. Para mí, esto también
nos muestra cómo, frente a tal precariedad, las personas también encuentran
medios para relacionarse entre sí, conectarse entre sí y cuidarse mutuamente.
Nos muestra cómo las personas están reinventando la precariedad y la
incertidumbre como relacional, generando circuitos de conexiones sociales y
pertenencia a través del cuidado de los demás. Es importante amplificar estos
espacios y voces. Esto implica un compromiso profundo y una acción sostenida”.
Por fin: “Entonces, ¿qué podemos hacer los antropólogos para
relacionarnos mejor con el público en general durante estos tiempos? Primero,
debemos considerar cómo se ve el ‘compromiso’ crítico: ¿qué, con quién y por
qué nos comprometemos? El activismo intelectual antropológico nos exige ir más
allá de la romantización de las prácticas etnográficas y considerar
cuidadosamente las políticas de traducción y las cuestiones de valor dentro de
nuestro propio trabajo. Hacerlo nos permite alinearnos mejor con los más
afectados negativamente por políticas injustas y participar activamente en
coaliciones comunitarias y de base, iniciativas locales y nacionales, y
colaboraciones interdisciplinarias dentro y más allá de la academia para
asegurar que nuestros estudios sean reconocibles y útiles para las personas y
comunidades ya comprometidas en la lucha por los derechos y recursos para
atender sus necesidades”.
Fuente: Smatosphere