¿Qué es el patrimonio?
Por Lorena Marina Sánchez
Universidad Nacional de Mar del Plata
Es obligatorio ahondar en el concepto de patrimonio. La
primera definición de la Real Academia Española (RAE) lo describe como “Hacienda
que alguien ha heredado de sus ascendientes”, mientras que “hacienda” se define
como “Conjunto de bienes y riquezas que alguien tiene”. Esto deja en claro que
se trata de bienes que testimonian el paso del tiempo y que constituyen un
capital para quien los posea.
Al hurgar más específicamente en la arquitectura y la
ciudad, y sin adentrarnos en la etimología del término, es posible afirmar que
constituye “…todo aquel aspecto del entorno que ayude al habitante a
identificarse con su propia comunidad, en el doble y profundo sentido de continuidad
con una cultura común y de construcción de esa cultura” (Waisman, El interior de la historia, 1993).
A modo de analogía doméstica, sería algo así como el jarrón
de la abuela que se atesora en algún rincón de la casa como herencia intergeneracional.
Ese jarrón que se espera que llegue a manos de hijos y nietos porque integra la
identidad de una familia.
Como se puede observar en las definiciones, los valores
asignados son sustanciales porque califican al patrimonio como tal. El valor es
una entidad ideal que se incorpora y se reconoce en los bienes, a través del tiempo,
de acuerdo con los anteojos que se pone cada sociedad para mirar el pasado. Por
ello, es un concepto móvil y la comunidad que acoge cada legado será la que defina
su carácter patrimonial.
Esta cuestión de la valoración y calificación patrimonial no
es una novedad. Los antecedentes más lejanos referentes a la estimación de objetos
pueden ser rastreados desde tiempos romanos, con el coleccionismo. La
primigenia tarea de reunir obras consideradas valiosas, en especial las de
arte, constituye uno de los inicios de la práctica conservacionista.
La noción de patrimonio como una herencia nacional y pública
fue más tardía: la Revolución Francesa, cuyos inicios se fechan en 1789, tuvo mucho
que ver. Desde ese acontecimiento se realizaron las primeras tareas de
inventario de los bienes patrimoniales estatales y en 1794 se decretó el primer
instrumento normativo referido al patrimonio público de una comunidad.
Sin embargo, es hacia fines del siglo XIX y durante el XX,
en especial en este último siglo, cuando el tema empieza a cobrar un
interesante auge. Debates nacionales e internacionales comienzan a desarrollar
las bases fundacionales de la protección patrimonial en forma de cartas,
lineamientos, convenciones, declaraciones, recomendaciones y resoluciones.
Estos comunicados, usualmente denominados con el nombre del lugar
de reunión y el año –por ejemplo, Carta de Atenas de 1931-, van a precisar,
hasta el día de hoy, los avances en los desarrollos conceptuales junto con los
por qué y los cómo del patrimonio.
En particular mediante las deliberaciones surgidas desde la
segunda mitad del siglo XX, se inició una ampliación del horizonte hacia nuevas
escalas y contextos. No solo lo monumental y paradigmático de una sociedad
debía ser apreciado como parte de su patrimonio, sino que se comprendió un
matiz de valores mucho más abarcativo que permitió la consideración de otros
bienes. Las viviendas y sus entornos, el legado industrial y las costumbres
locales, entre otros, forman parte de esta apertura patrimonial.
Hoy contamos con capitales muy diversos, “...los bienes
patrimoniales no son solamente aquellos afectados a funciones de prestigio
dentro de la sociedad, y que en su rescate tampoco es obligado un destino especialmente
prestigioso: puesto que en la comunidad no hay funciones ‘nobles’ o ‘plebeyas’.
Aceptando el actual concepto de cultura, que abarca la totalidad de la producción
de un grupo humano, se desacraliza la idea de monumento como único
representante de la cultura…” (Waisman 1993).
Esta variedad y amplitud del patrimonio arquitectónico y
urbano, requiere de una primera división analítica básica: material e
inmaterial.
En pocas palabras, dentro del patrimonio material se agrupan
aquellos bienes que podemos tocar y que es posible dividir en patrimonio mueble
-que se puede mover- e inmueble -que no se puede mover-. Así, dentro del
patrimonio material mueble se congregan documentos, películas, fotografías,
pinturas, artesanías y esculturas, entre otros bienes.
Dentro del patrimonio material inmueble se agrupan obras de
arquitectura, urbanismo e ingeniería como casas, edificios, iglesias, fábricas,
barrios, industrias, puentes y mucho más.
En cuanto al patrimonio inmaterial, comprende “…los usos,
representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas -junto con los
instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales que les son inherentes-
que las comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos reconozcan
como parte integrante de su patrimonio cultural” (Convención para la
salvaguardia del patrimonio cultural inmaterial de 2003, UNESCO). Transmitido
de generación en generación y recreado mediante materialidades generalmente
perecederas, atesora múltiples aspectos de cada cultura.
En paralelo, estos tipos de patrimonio también se pueden
volver a organizar de acuerdo con la importancia territorial que revisten:
locales, regionales, nacionales e incluso mundiales (también llamados “de la
humanidad”).
Dentro de estas clasificaciones, se suman las cualidades
tangibles e intangibles que aluden a las connotaciones explícitas y tácitas,
objetivas y subjetivas de cada bien, y componen sus cuantías.
Con un ejemplo será mejor: el jarrón de la abuela mencionado
previamente es parte del patrimonio material mueble de una familia y tiene valores
tangibles e intangibles. Aparte de su materialidad y estética concreta, tiene
un significado especial porque perteneció a generaciones precedentes y encierra
historias únicas.
Así como la historia del jarrón sin el jarrón quedaría
inconclusa –solo existiría el relato de la abuela, por ejemplo-, lo mismo
sucedería con un jarrón al que se le desconoce su devenir -solo existiría un
objeto antiguo con determinados tratamientos materiales-. Lo tangible y lo
intangible se complementan para conformar el valor del bien.
Lo que acontece con este jarrón en el seno de una familia,
sucede, en otra escala, con la valoración y la calificación patrimonial de cada
bien en un pueblo, una ciudad, una nación o el mundo entero. En esta
complejidad, analizar el paso del tiempo es esencial.
Fragmento de “¡Viva el patrimonio! Un pase por el legado arquitectónico y urbano”, Universidad
Nacional de Mar del Plata, EUDEM, 2020.