El urbanismo y el distanciamiento social
Por Miguel Jaenicke y otros
Mucho se habla estos meses sobre la distancia social como
una de las principales herramientas para evitar el contagio de la covid-19 y
reducir la propagación del mismo hasta valores de transmisión. La distancia
social, estimada en uno o dos metros, depende de muchos factores, entre ellos
la densidad de población de un determinado espacio. En entornos rurales, como
la Serranía Celtibérica, la densidad de población es de apenas siete habitantes
por kilómetro cuadrado, lo que daría como resultado una distancia social media
en superficie de 300 metros. En L´Hospitalet de Llobregat (Barcelona), con más
de 18.000 habitantes por kilómetro cuadrado, apenas siete metros separarían en
superficie a cada habitante.
Además, en el entorno rural podemos encontrar con mayor
frecuencia trabajos esenciales, como el sector primario, por lo que la
incidencia económica pueda ser más resiliente frente a una economía basada en
el sector terciario y cuaternario, más afectados por el confinamiento. Por el
contrario, en las grandes ciudades encontramos confinamientos más estrictos que
en el medio rural, y más riesgos para la propagación de la infección, ya que la
densidad de población obliga a comprar en establecimientos con más gente, y
compartir espacios y dispositivos con otras personas (billetes y monedas,
puertas, picaportes, botones…). La proxémica de la distancia social se asocia
con el grado de protección de las personas, pasando desde el contacto íntimo
del personal sanitario al auto-aislamiento de las nuevas soledades no-deseadas.
Por todo ello la incidencia de la covid-19 en las ciudades
posee un efecto devastador tanto a nivel sanitario como económico. El proceso
de urbanización global avanza inexorablemente, drenando los territorios y
concentrando población. Solo en Buenos Aires se concentra cerca del 40% de la
población argentina y Tokio concentra el mismo porcentaje de PIB con respecto a
Japón. Incluso existen estudios en los que se relaciona directamente la
contaminación como un factor de riesgo tanto por su impacto en la salud de las
personas como por la posibilidad de que el coronavirus pueda transportarse a
través de las emisiones contaminantes. Es claro, pues, que las ciudades juegan
un rol crucial en esta crisis en ambas dimensiones, sanitaria y económica.
En ese balance y su armonización es donde todos los
gobiernos despliegan las múltiples herramientas que permiten conjugar la
actividad económica con la salud social. Una de esas medidas ha sido común en
mayor o medida a todos los escenarios y supone un gran impacto en nuestras
sociedades: el confinamiento y aislamiento social. A finales del mes de marzo
cerca de la mitad de la población mundial se encontraba confinada. Pero, ¿es
posible otro tipo de confinamiento urbano? ¿Es posible que el diseño urbano, su
morfología y su estructura permitan una mayor resiliencia ante futuras
epidemias? ¿Podemos, desde el urbanismo y la geografía urbana incidir o mitigar
estos efectos que, previsiblemente, puedan volver a repetirse en breve plazo?
Lo ideal, en este caso, es que pudiéramos combinar el
proceso de urbanización global —un fenómeno problemático pero real— con
posibilidades de confinamiento selectivo, permitiendo mitigar los impactos
sanitarios y económicos de futuras pandemias. Existen ciudades que, por su
propia condición geográfica, plantean ventajas debido a su aislamiento
estructural: si el foco de la covid-19 se hubiese producido en Urumchi en vez
de Wuhan quizás su condición de polo de inaccesibilidad hubiese contribuido a
un mejor control de la infección.
Otras muchas ciudades se encuentran geográficamente aisladas
por la remota distancia, los mares, los hielos, los desiertos…haciendo que sean
lugares, a priori, más seguros para la entrada y/o salida vírica. Pero podemos
ir más allá y no conformarnos con ciudades completas ¿Y si pudiéramos
discriminar porciones urbanas y mantener distintos ritmos sociales/económicos
en una misma ciudad?
De nuevo los accidentes geográficos dividen y sectorizan
ciudades o territorios urbanos permitiendo establecer dinámicas diferenciadas.
Esto se puede observar en innumerables casos. Ciudades divididas por mares
—Estambul—, ríos —Budapest—, montañas —Rio de Janeiro—. Incluso algunas
divisiones han sido utilizadas para aislar en cuarentena enfermos contagiados
con enfermedades infecciosas durante el pasado, como los lazaretos —Robben
Island en Ciudad del Cabo.
En las ciudades que poseen esta distancia urbana provocada
por la geografía podemos establecer diagnósticos diferenciados en cada área,
ajustando la acción de choque frente a una epidemia en relación con sus
necesidades específicas, lo que permite ser más resilientes y evitar el café
para todos. Un área urbana con una alta tasa de contagios puede sufrir un
confinamiento más severo, sacrificando los criterios económicos y priorizando
los sanitarios, mientras que en el otro área esto se haga de la manera inversa,
debido a bajas tasa de infección.
¿Y en las ciudades en las que no existe esta división
natural? Habría que crearla mediante el diseño urbano: un vacío despoblado que
interrumpa la densa trama urbana como el cortafuegos interrumpe la biomasa en
un incendio. Y ese vacío urbano que genera la distancia urbana y actúa como
cortavirus son los parques urbanos y las zonas verdes. Los grandes parques urbanos
transforman los espacios de confinamiento tipo lazareto —aislados,
estigmatizados, controlados…— por espacios más democráticos, donde los
estándares urbanísticos de espacios públicos abiertos se multiplican —
m2/hab.—, reformulando el crecimiento y la densificación urbana en un nuevo
urbanismo resiliente para el siglo XXI.
Habitualmente la morfología de los parques urbanos diseñados
poseen una o varias formalizaciones: un gran parque metropolitano como pulmón
verde —Nueva York, Sao Paulo, Berlín…—, un parque lineal, que habitualmente se
asocia a un elemento geográfico como un río o frente litoral — Santiago de
Chile, Madrid, Valencia…— o un parque exterior o anillo verde — Vitoria,
Adelaida, Colonia—. Los pulmones verdes descongestionan áreas circundantes
pero son atractores puntuales centrípetos que no interrumpen la trama urbana,
ya que se encuentran rodeados por ciudad alrededor. La corona envuelve la
ciudad desde su exterior y se integra en las zonas periurbanas y rurales
exteriores por lo que no es capaz de discriminar grandes áreas urbanas.
En cambio el parque lineal sí es capaz de ofrecer una línea
verde que articula la distancia urbana continua, por lo que ofrece áreas
urbanas autónomas y más independizadas. Pero no solamente en dos porciones,
cortadas por una línea, sino que a través de una formación rizomática — de
corredores verdes de 100 a 400 metros de ancho— toda la trama urbana de una
gran ciudad extensa puede esponjarse y separarse dejando las llamadas buffer
zones, es decir, espacios de amortiguación. Al igual que Haussmann practicó el
higienismo decimonónico en París, adaptando nuevas infraestructuras frente a
los riesgos de la época, debemos revisitar acciones similares adaptadas a
nuestros tiempos.
El parque arbóreo o rizomático estructura la ciudad a través
de una gran red de espacios verdes que esponjan la trama urbana, liberan suelo,
permiten la distancia urbana y social, mejoran la calidad del aire y fijan CO2;
ofrecen espacios recreativos y de ocio, deportes, vistas y valor escénico,
naturalización, recuperación de especies y fomento de la biodiversidad. Los
distintos barrios y distritos se conectarían a través de estas grandes arterias
verdes, esponjando la trama urbana y permitiendo ampliar las unidades de
confinamiento a través de estos nuevos espacios.
¿Podría una ciudad articulada a través de estos corredores
verdes operar con distintos grados de confinamiento? Estos parques arbóreos o
rizomáticos no deben verse como infraestructuras que aíslan barrios o distritos
—como sí hacen las autopistas y carreteras—, sino que atraen a la población
como grandes espacios públicos de calidad, aportando valores sociales,
económicos y ambientales. Quizás, en un futuro próximo, la incorporación de la
distancia urbana como estrategia permita que, con esta traumática experiencia y
nuestra innovación, las distintas áreas urbanas puedan operar con
funcionamientos diversos basándose en su riesgo y propagación, haciendo que las
ciudades estén más preparadas y sean más resilientes para hacer frente a la
siguiente pandemia. Podemos aprovechar esta crisis para codiseñar las ciudades
pensando en la ciudad y los cuidados a través de la construcción de
infraestructuras urbanas saludables.
Fuente: El País