Néstor García Canclini: "A todos nos urge saber cómo vamos a vivir después de la pandemia"


Por Néstor García Canclini

A todos nos urge saber cómo vamos a vivir después de la pandemia. ¿Se van a seguir perdiendo empleos? ¿Cuándo volverán los niños a las escuelas? ¿Se va a acabar la emergencia? ¿O se convertirá en una enfermedad estacional como la gripe o la influenza?

Las preguntas de los artistas y los espectadores son cuándo y cómo reabrirán los cines, teatros, salas y festivales de música, el fútbol con público. Pero, es necesario diferenciar los deseos sobre lo que quisiéramos que ocurra de lo que es razonable esperar y lo que podemos cambiar.


Es raro escuchar una pregunta preliminar: ¿Se puede esclarecer el futuro si no despejamos el enigma del origen del Covid-19? Suelen darse dos respuestas: a) Un accidente en la relación entre los animales y los humanos; b) Una conspiración china para destruir al capitalismo u occidente o derrumbar la hegemonía estadounidense.

No hay datos suficientes para elegir una de las dos hipótesis, ni para desecharlas. Pero esta cuestión, casi ausente en los Zoom o en los artículos, sigue ahí. Aunque se halle una vacuna para las varias cepas del Covid-19 y aunque se fabriquen vacunas anuales para las nuevas, como ocurre con la influenza, las dos sospechas sobre el origen seguirán colocándonos en situaciones de peligro mundializado:

a) Cómo cambiar las relaciones entre los humanos y los animales, y aun entre los humanos para protegernos (convivencias multitudinarias en el transporte público, mercados populares, estadios, festivales y fiestas comunitarias con turistas).

b) Acabar los complots de unos Estados contra otros y la competencia entre empresas electrónicas para espiar y someter a sociedades enteras. No es viable mientras no exista una gubernamentalidad mundial que garantice transparencia y reglas cumplibles en las interacciones trasnacionales. La captura sistemática de información masiva por Google, Facebook, Zoom y otras corporaciones, y sus usos antidemocráticos, antes y luego del Covid, muestran la peligrosidad de las nuevas guerras desplegadas mediante ataques cibernéticos y biológicos.


El drama social del capitalismo informático

Hay una tercera explicación posible sobre el origen del coronavirus: que haya sido un accidente biológico, pero instrumentado por Gobiernos y empresas transnacionales para diseñar estrategias de gestión que cambien la relación entre fuerzas económicas, políticas y culturales, la convivencia entre las naciones, las etnias y las clases sociales.

Toda planificación o previsión futura será incierta si ignoramos la capacidad agresiva de quienes puedan administrar esta extrema precariedad. ¿Van a modificar las cepas? ¿Cómo usarán las corporaciones al servicio de los imperios "Google y Facebook de los Estados Unidos, Huawei para China" el saber informático y la predicción algorítmica de nuestros comportamientos para aumentar peligros, destruir zonas del planeta con sus poblaciones, enfermándonos periódica y masivamente? No sé si ante el tamaño de la catástrofe que atravesamos algunos crean aún que estos temores serían paranoicos. Me acuerdo de un psicoanalista colombiano que, en la época más cruel de la guerra entre el Gobierno de Uribe y las FARC, dijo que deseaba vivir en una sociedad donde la paranoia fuera sólo una enfermedad.


Políticas de destrucción selectiva como las mencionadas ya aparecieron antes del Covid-19, en los bombardeos estadounidenses a poblaciones civiles, el abandono a náufragos en el Mediterráneo y a barcos que los rescatan, los incendios intencionales en selvas amazónicas, los campamentos de refugiados en Estados Unidos y Europa, la eliminación masiva de empleos al trasladarse fábricas a zonas económicas donde se explota la fuerza de trabajo, sin derechos laborales ni condiciones mínimas de salubridad.

Pasamos en las últimas décadas de un capitalismo de la precariedad, que abulta sus ganancias agravando la injusticia y la inseguridad social, a un capitalismo de la prescindibilidad.

Saskia Sassen documentó en su libro Expulsiones cómo los desempleados, después de unos años, dejan de aparecer en las estadísticas. En Brasil, Colombia, México y casi toda América Latina, los jóvenes exaltados como emprendedores, líderes de una nueva economía creativa (artistas, diseñadores, editores independientes de libros y músicas) se ven distinto: donde los economistas hallan mayor libertad gracias al autoempleo, los antropólogos percibimos la ansiosa autoexplotación de trabajadores que no saben cuánto va a durar lo que hoy hacen y cuál va a ser su próxima ocupación; donde los empresarios y gobernantes encuentran emoción e intensidad en el uso del tiempo de los trabajadores independientes, su vida diaria revela pérdida de derechos laborales, nuevas discriminaciones de género y étnicas.

Los estudios del Banco Mundial en 2016 y de investigadores mexicanos como Rossana Reguillo, Maritza Urteaga y José Manuel Valenzuela demuestran con estadísticas y estudios de caso la correlación entre los mal llamados ninis, la multiplicación de homicidios de jóvenes en México entre 2008 y la actualidad, la deriva de muchos hacia organizaciones mafiosas ante la imposibilidad de emplearse en la economía formal. ¿Es esta la "nueva normalidad" a la que se anuncia un próximo regreso?

Quienes logran usar creativamente las innovaciones tecnológicas y hallar intersticios en la nube o los sótanos de las redes logran cierta subsistencia y visibilidad. Son ellos y ellas quienes han salido a las calles en Chile, México y otros países en 2019 y principios de 2020 porque las empresas o el Estado no les pagaban. Raras veces pueden colar en los programas televisivos o los Zoom sus preguntas de qué pasará en la pospandemia con su educación, su desempleo y las otras violencias.

En poquísimos países se han creado fondos de emergencia para apoyar, durante la cuarentena, a teatros independientes, librerías o grupos de artistas o artesanos. En la mayoría, como en Brasil y México, se cortan fondos de centros de investigación y museos, becas para estudiantes de posgrado, se eliminan instituciones, se bajan drásticamente los salarios: la política científica y cultural es, en ciertos casos, una política de extinción.

Muchos estamos recibiendo en nuestras casas, para evitar las aglomeraciones en el súper o los mercados, ofertas de huertas orgánicas, atendidas por granjeros populares. Se enlazan con los consumidores urbanos gracias a emprendedores jóvenes que tuvieron que cerrar sus restaurantes y mantienen así a su personal. Una parte de ellos, apoyados por donadores, cocina para llevar miles de comidas al personal médico de la Ciudad de México y elementos de limpieza para hospitales. Otras relaciones entre naturaleza, trabajadores, redes y consumos.

Pero también están los jóvenes sin más recursos que emplearse en Uber Eats y Rappi, con más riesgos que cuidados. Los maestros y niños apurados a volver a la escuela para que los padres puedan trabajar. El único problema no es cuántos alumnos caben por metro cuadrado; en miles de escuelas latinoamericanas falta que lleguen computadoras y Wifi, la luz, la calefaccióón, infraestructura sanitaria, la reparación de los techos.

Importan preguntas replanteadas antes de la pandemia, como la relación entre lo presencial y lo virtual en la escuela y en el resto de las comunicaciones. Pero cuando nos enteramos, según DPL News, que de los 120 mil sitios virtuales nuevos relacionados con los términos Covid y corona el 81 por ciento busca robar información, lo que se nos oculta de la pandemia de la infodemia hace dudar de nuestros derechos básicos. Es pregunta para el Zoom y todos los demás administradores algorítmicos de nuestra información. También para los Estados, los partidos y los organismos internacionales: ¿quieren actuar en esta encrucijada estratégica en favor de lo público y de los ciudadanos? 

 Fuente: Reforma

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