Lecciones de la pandemia para transformar las ciudades


Álvaro Cuéllar Jaramillo
Universidad Internacional de Cataluña

 

A la maltrecha salud del medioambiente provocada por la vertiginosa crisis climática y un sistema productivo, energético y de consumo enfermo, se suma la actual crisis sanitaria.

En el modelo urbano mediterráneo, denso y compacto, estos problemas se acrecientan por la falta de espacio libre. Comparado con la ciudad jardín, muestra más dificultades a la hora de garantizar el distanciamiento físico que evita los contagios.



Este modelo también es deficiente a la hora de generar más zonas verdes que ayuden a reducir la contaminación. Tampoco ofrece lugares alternativos que compensen las consecuencias psicológicas del confinamiento, ni fomenta la creación de huertos urbanos y otros espacios destinados a la producción de alimentos en las ciudades.

Sin embargo, la actual pandemia puede actuar como un detonante para una nueva generación de transformaciones urbanas complementarias a otras ya conocidas, como la conformación de supermanzanas o la delimitación de zonas de bajas emisiones.

Son estrategias muy útiles para disponer de más espacios saludables y mejorar así el hábitat urbano. Pero su implementación no es fácil, en parte por el largo proceso de gestión que requiere.

 

Cambios improvisados durante el confinamiento

Durante los meses de confinamiento, en muchos lugares miles de personas se apropiaron de los terrados, los balcones, los vestíbulos, los aparcamientos, las aceras, etc. Lo hicieron de forma improvisada y espontánea. Mostraron así otra manera de conseguir espacio y mejorar la ciudad, sin construir un metro cuadrado de más.

Estas acciones no planificadas demostraron que una transformación paulatina de la propia ciudad construida es posible. También revelaron que puede revertirse la falta de espacios, descongestionar a la población y ofrecer alternativas a la circulación y los usos urbanos.

El confinamiento puso en evidencia que debemos cuestionar la tradicional manera de concebir y configurar las relaciones entre lo público, lo semipúblico, lo semiprivado y lo privado.

La lectura de esta situación formuló una hipótesis urbana: ¿es posible multiplicar las superficies destinadas al ciudadano, de modo que se generen más opciones para gestionar el contacto y las actividades? La respuesta requiere un cambio de paradigma en la concepción del espacio público.

 

Remodelar el espacio colectivo en tres niveles

Una redefinición del modelo de espacio libre público, basada en la idea de espacio social y de convivencia, debe superar la visión bidimensional de la ciudad. Debe considerar lo colectivo en tres niveles.

Las respuestas de las personas al confinamiento pueden ser identificadas y clasificadas en estos tres ámbitos, en los que se pueden establecer líneas de acción concretas.

 

1. El plano urbano

El plano urbano engloba la interrelación entre las plantas bajas de lo construido y el espacio público que le rodea.

La crisis del coronavirus ha incrementado el cierre de numerosos locales en planta baja. En Barcelona, por ejemplo, ese aumento ha sido de aproximadamente un 20 %.

Asimismo, los portales de accesos y vestíbulos, más allá de la circulación, pueden tener nuevos usos. Las superficies comunes en un edificio plurifamiliar pueden corresponder a un 30 % más de la superficie útil por vivienda.

Esta situación permite reflexionar sobre la posibilidad de proyectar el plano del suelo y subsuelo desde la idea de continuidad urbana, de extensas galerías que amplíen los recorridos y eviten la aglomeración. Esta misma visión se utilizó para explorar posibles transformaciones en el barrio 22@ del Poblenou.

 

2. El plano de fachada

Aquí se incluyen balcones, corredores, paseras, etc., visibles desde el espacio colectivo y/o de los patios comunitarios.

El confinamiento despertó la creatividad de las personas. Expandieron sus recintos domésticos hacia este tipo de espacios intermedios o convirtieron sus ventanas en auténticos escaparates para promocionar su teleempresa.

Los corredores interiores recuperaron la idea de calles elevadas, tan promocionadas en el urbanismo del movimiento moderno.

Este planteamiento nos hace considerar el espesor de las fachadas y las medianeras como factores en la interacción de la ciudad y no solo como la envolvente estética del espacio público.

 

3. El plano de cubierta

Las azoteas se descubrieron como un espacio de gran potencial para expandir el espacio colectivo al aire libre. Ello exige una revisión del actual uso que reciben –fundamentalmente para ubicar equipos de aire acondicionado, contadores, etc.–, así como de la accesibilidad que tienen los vecinos a ellas.

Los habitantes se apoderaron transitoriamente de estos lugares infrautilizados (en Barcelona el 67 % de las cubiertas son accesibles y planas) para hacer deporte, cultivar o simplemente para sacar a sus mascotas. Esto plantea la necesidad de buscar un mayor aprovechamiento de estas superficies para mejorar la calidad de vida.

 

El concepto de la ciudad desplegable

Lo señalado anteriormente propone una operatoria urbana que no representa necesariamente un incremento del volumen construido, sino el reaprovechamiento de lo existente. Para ello es necesario:

Primero, modificar las normativas urbanísticas y conseguir cesiones y calificaciones del suelo que faciliten la gestión público-privada.

En segundo lugar, cabría adaptar las leyes que regulan la propiedad horizontal y la titularidad privativa.

En tercer lugar, es necesario ajustar las condiciones del código técnico para acondicionar y preparar las edificaciones según los nuevos requerimientos.

Las restricciones impuestas al acceso y uso de cubiertas y parkings o la modificación que requiere la ordenanza de terrazas ubicadas en el espacio público ejemplifican la necesidad de introducir una nueva perspectiva transversal e interdisciplinar al respecto. El objetivo es hacer realidad lo que la gente ejerció por sentido común.

Ante la incertidumbre que depara el futuro, la respuesta urbana ha de basarse en preparar progresivamente los espacios de convivencia de la ciudad, reconociendo la condición tridimensional del sistema.

La actitud de los habitantes ante la pandemia adelantó de manera práctica lo que muchas teorías del planeamiento buscaban: la flexibilidad y reversibilidad de los espacios, la complejidad del tejido urbano mezclando en el tiempo los usos y los usuarios. En definitiva, la diversidad del ecosistema que habitamos.

A través de sus acciones emergió otra manera de hacer ciudad, menos plana, con posibilidad de autoorganización y capaz de desplegarse: una pop-up city (ciudad desplegable en castellano), usando el término que acuñó la editorial Blue Ribbon en 1932 para referirse a aquellos libros que se abrían y extendían mediante elementos móviles.

Esta visión puede ser útil para reimaginar el espacio colectivo y social, acorde con la resiliencia que ha demostrado tener la ciudad mediterránea.

Fuente: The Conversation

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