¿De quién es la antropología?
Al reflexionar sobre el tipo de antropología que será
relevante para el futuro, encuentro útil mirar hacia atrás a las propuestas de
antropología mundial de la última década. La principal motivación de estas
propuestas fue problematizar las antropologías dominantes que son “posibles
gracias a un conjunto de prácticas institucionalizadas y modalidades de
producción y regulación de discursos” (Restrepo y Escobar 2005, 104). Los
defensores de las antropologías del mundo están decididos a poner de relieve la
heterogeneidad al tiempo que reconocen que se basa en campos asimétricos de
producción de conocimiento. Abrazar la diversidad requiere reconocer
activamente el tremendo valor que los colegas de los llamados márgenes
(geopolíticos, indígenas, de género, institucionales) aportan al proyecto
antropológico en el siglo XXI.
En este sentido, mi visión particular de la antropología
está informada por múltiples ubicaciones: mi formación en instituciones
británicas de élite, mis compromisos etnográficos en Oceanía y el Tíbet, mi
base en contextos académicos mexicanos y latinoamericanos y mi participación en
una red mundial de expertos indígenas a través de la UNESCO. Cada uno de estos
emplazamientos me ha ofrecido un valioso conjunto de relaciones a partir de las
cuales puedo apreciar mejor el valor de la heterogeneidad y los desafíos que
conlleva.
Aquí quiero reflexionar un momento sobre la sorprendente
irrupción, cronológicamente concurrente pero en contraposición con las
antropologías mundiales, de la llamada teoría etnográfica, el giro ontológico y
su presentación a través de una red de prestigio de académicos, instituciones y
publicaciones que recientemente se han convertido en el foco de una discusión
de problemas más amplios en nuestro campo. Es necesario un importante descargo
de responsabilidad: estaba y sigo estando entusiasmado con la premisa central
de la teoría etnográfica, a saber, la producción de conocimientos teóricos
radicalmente informados por las condiciones de existencia de los mundos
locales. No puedo concebir una forma relevante de producción de conocimiento
antropológico que no sea coproducida inherentemente con las personas que
definen nuestros horizontes etnográficos.
Cuando un grupo de colegas motivados e inteligentes, varios
de los cuales habían sido contemporáneos míos como estudiante de doctorado,
planteó lo que estaba en juego en el giro ontológico, lo abracé y entré en
diálogo con lo que tenían que decir. Sin embargo, pronto quedó claro que se
trataba de una conversación confinada en gran medida a los círculos de élite,
principalmente en referencia a las preocupaciones clásicas filosóficas y
antropológicas europeas. Una contradicción crítica en relación a la teoría
etnográfica ha sido la ausencia de voces indígenas y marginales, de tensiones
internas y contraargumentos desde el campo, del reconocimiento del conocimiento
como proceso más que como carta mítica.
Entonces, ¿dónde nos deja esto, mientras miramos hacia el
futuro de la antropología?
Las experiencias que han moldeado mi desarrollo me acercan a
la idea de práctica, pero también de ética. Es en la forma en que nos
comportamos dentro y fuera de la academia, en el campo y con nuestros compatriotas,
donde se enfoca la mejor práctica. Aquí, regreso a la idea de heterogeneidad,
pero como parte de un llamado a un enfoque más sensible, humanista —porque es deliberadamente
ético— de los mundos en los que nos ubicamos. Esto va de la mano de una
sensibilidad hacia las fuerzas y procesos más amplios que dan forma a nuestras
realidades compartidas, a menudo en primer plano en lo que consideramos las
preocupaciones del conocimiento local.
No puedo, por ejemplo, hacer antropología sin conocer las
formas cotidianas de violencia criminal, horrible y patrocinada por el estado que
han envuelto a mi país: violencia que se dirige desproporcionadamente a las
mujeres y las comunidades más marginadas de México. No puedo hacer antropología
desde México, ignorando el hecho de que las ideas dominantes detrás de las
instituciones públicas clave continúan funcionando como una extraña extensión
de los ideales arcaicos, homogeneizadores y de construcción nacional de la
cultura y la identidad que surgieron después de la revolución en los años
veinte y treinta. No puedo hacer antropología ignorando la expansión del
extractivismo y el despojo de recursos en gran parte de México y América
Latina, que nuevamente afecta en gran medida las geografías ancestrales y el
tejido social de los pueblos más pobres, de las comunidades indígenas y de
ecologías únicas.
Es profundamente deprimente darse cuenta de que las ideas
antropológicas dominantes sobre los pueblos indígenas en las ciencias sociales
mexicanas continúan tratándolos como víctimas del Estado, como nobles
guardianes del conocimiento milenario o como invenciones de discursos de
identidad inspirados por el Estado. No es de extrañar que, con algunas
excepciones, gran parte de lo que se considera investigación etnográfica sobre
los pueblos indígenas de nuestro medio continúe siendo inquietantemente
superficial.
Afortunadamente, los movimientos, académicos y activistas
indígenas se han adelantado mucho a nosotros en su determinación de hablar por
sí mismos dentro y fuera de la academia. Tampoco es sorprendente que los
pueblos indígenas y marginados hayan desarrollado formas sorprendentemente
efectivas de desviar o cooptar intervenciones estatales y académicas. En la
misma línea, hemos visto el surgimiento de un movimiento, #YoTambien, que
refleja las motivaciones de #MeToo pero a partir de un conjunto de
preocupaciones distintivamente local. Estos esfuerzos son una fuente de
inspiración y me han ofrecido lecciones en comparación cuando pienso en Oceanía
y otros contextos.
No puedo hacer antropología ignorando que mi propia
formación y estabilidad económica, junto con las de algunos colegas cercanos,
deben mucho a nuestra formación en instituciones euroamericanas de élite,
lenguas dominantes y formas de autorización.
En consecuencia, quiero centrarme en la ética, el compromiso
y la pluralidad como principios rectores de nuestra práctica disciplinaria en
el futuro. La ética atraviesa todas las formas de práctica y nos dirige hacia
las preocupaciones y condiciones de nuestros semejantes (humanos y no humanos).
Se trata de asumir la responsabilidad de lo que somos hacia los demás en cada
coyuntura, y es relevante para las asimetrías de nuestras propias situaciones:
uno no puede pretender producir ideas novedosas mientras ignora o contribuye a
la difícil situación de estudiantes y colegas vulnerables. Si la teoría
etnográfica se basa en tomar a los demás en serio, entonces las preocupaciones
éticas nos llevan más allá al tema de la coproducción de conocimientos
antropológicos y expertos.
Esto me lleva al compromiso, que consiste en desarrollar
lazos profundos, comprometidos y a largo plazo con las personas. Nuevamente, no
puedo concebir un trabajo etnográfico sin ese tipo de compromiso. Llega al
corazón de por qué importa el despojo o la crisis climática: las condiciones
políticas y ambientales de nuestro campo no son opcionales para nuestros temas
de interés. Lo mismo debe decirse de la forma en que reaccionamos a las
condiciones de nuestro contexto académico inmediato.
Esto me lleva, finalmente, a la pluralidad: la adopción de
la heterogeneidad, tanto como principio analítico como guía para la práctica.
Nuestra preocupación compartida por la tolerancia y la inclusión nos llevó
recientemente a mí y a mi colega Sandra Rozental, de la Universidad Autónoma
Metropolitana, a desarrollar un espacio inclusivo para discutir el trabajo en
progreso a través de un taller de etnografía que reúne a estudiantes de
posgrado, académicos de carrera temprana y colegas senior en un intento de
abrir nuestras prácticas, métodos e inquietudes de trabajo. Nuestro taller ha
dado la bienvenida a un número creciente de participantes de todos los extremos
del espectro de estudios teóricos, temáticos y de área, y tiene la intención de
resaltar las nuevas investigaciones etnográficas en nuestro contexto actual.
Este proyecto y otros similares me han presentado el desafío y el privilegio de
involucrarme con una amplia gama de posiciones, teorías y personas, abrazando
así la pluralidad de antropologías que, pronostico, se convertirán en la norma
y no más en la excepción.
Referencias
Restrepo, Eduardo, and Arturo Escobar. 2005. “‘Other Anthropologies and Anthropology
Otherwise’: Steps to a World Anthropologies Framework.” Critique of
Anthropology 25, no. 2: 99–129.
Fuente: SCA/
Traducción: Alina Klingsmen