Corine Pelluchon: “Los animales vuelven a tomar su lugar”
“Los animales vuelven a tomar su lugar. Eso subraya el hecho
de que en general no les damos lugar, tanto en las ciudades como en nuestras
vidas. No les permitimos existir, fragmentamos, destruimos su hábitat y,
evidentemente, cuando los humanos se retiran, ellos tienen más espacio”, eso
dice la filósofa francesa Corine Pelluchon, docente de Universidad Gustave
Eiffel, en una entrevista.
Y desarrolla: “El confinamiento en el que se encuentran
miles de millones de humanos, hace que la gente tome consciencia de que la
privación del espacio y de la libertad es un sufrimiento. Los animales que a
veces están confinados de por vida en zoológicos y en los circos, arrancados de
sus hábitats naturales, están impedidos de vivir con sus congéneres, los
aislamos, es un sufrimiento terrible que no dura dos meses sino treinta años.
Hay dos hipopótamos en Francia, elefantes, grandes felinos, etcétera. Pienso
que hay que tomar conciencia de la privación del espacio y de la libertad, del
sufrimiento para todos los seres vivientes, y para ellos es peor, porque no
saben por qué se comete la injusticia tenerlos en circos".
Y suma: "La pandemia actual
está ligada a una interacción aberrante con un animal salvaje, que es el
huésped del virus. Que atraviesa las fronteras y las especies. Es el famoso
pangolín (mamífero con una armadura compuesta de escamas) y los murciélagos
que, probablemente están en el origen de este virus. Muchos especialistas,
desde por lo menos los años 80, nos alertan que la destrucción del hábitat de
los animales salvajes, los hace acercarse a las ciudades, a nosotros, y algunos
de ellos, como fue el caso de los monos, hace algunos años, y los murciélagos
pueden ser huéspedes de virus, que atraviesan las fronteras de las especies y
nos exponen a crisis sanitarias importantes. Esta pandemia que nos sorprende y
atrapa a todos, es la consecuencia de la interacción aberrante del humano con
los animales, en todo caso los salvajes. Lo que le hacemos a los animales
salvajes se nos vuelve en contra, evidentemente, y las consecuencias son
desastrosas. Y superan todo lo que habíamos imaginado. Si seguimos destruyendo
el hábitat de los animales salvajes y destruyendo el equilibrio de los
ecosistemas, vamos a exponernos sin duda a otras epidemias. Y no soy yo quien
lo dice, lo sabe todo el mundo. Sin mencionar las consecuencias de la cría
intensiva, que es una de las causas de ciertas gripes aviares, de la gripe
porcina, que por el momento no afecta más que a los animales, pero nunca se
sabe, puede pasar. Y por otro lado, la antibiorresistencia, es decir, la
resistencia a los antibióticos, y el hecho de que se les da antibióticos a los
animales para prevenir enfermedades infecciosas, ligadas al hacinamiento en las
granjas industriales, y la antibiorresistencia conduce a millones de muertes en
el mundo. Somos responsables de una situación aunque no seamos culpables. Nadie
quiso que pasara esto, pero igual somos responsables”.
–¿Cómo ha incidido el
cambio climático en este cuadro?
–Somos responsables en razón del uso enorme de energía, del
crecimiento demográfico, de la erosión, del descuido de la biodiversidad, del
cambio del régimen de lluvias, en fin, de la crisis climática que es el mayor
peligro de nuestra época. La crisis sanitaria del coronavirus y la crisis
climática no son la misma cosa, pero hay vínculos. La contaminación, la
degradación de ecosistemas, el hecho de que el agua sea mala, de que haga
demasiado calor, el uso de pesticidas, todo eso genera enfermedades, sufrimientos
y crisis sanitarias que, a su vez, vuelven a generar más enfermedades,
desplazamientos de poblaciones, etc. Mucha gente se enferma y se muere por
culpa de la contaminación. Todo esto se vuelve un problema de salud pública. El
segundo vínculo son las interacciones aberrantes con otros seres vivientes. Por
ejemplo, se deforesta, se agotan recursos que privan a los animales salvajes de
vivir en su hábitat, los obliga a acercarse a nosotros, y nos traspasan el
virus. Así pasó en los años 90 con el SARS. Arrancar al pangolín de su hábitat,
exportarlo y venderlo en mercados como los de Wuhan, en donde hay también
murciélagos que no tienen nada que hacer allí, y que son portadores del virus,
nos expone a estas enfermedades. Tenemos la responsabilidad humana en el modelo
de desarrollo, de consumo, de forestación, todo eso tiene consecuencias
ecológicas que, a su vez, tienen consecuencias sanitarias. Ahí está el vínculo,
pero es al mismo tiempo diferente. El antropoceno genera efectos globales,
ligados al peso demográfico, el tráfico aéreo, al intercambio de materias e
incide en la atmósfera. Y todo esto toca menos la conciencia de la población,
porque “el descongelamiento del glaciar es algo lejano”, por ejemplo. Pero la
gran diferencia es que la crisis sanitaria toca a cada uno en su propio cuerpo.
La relación no es abstracta, no es el miedo de que la humanidad perezca a causa
del antropoceno, es el miedo individual de contagiarse. Este es un motor
importante para cambiar las mentalidades.
–¿Cómo y dónde se
encuentran los que podrían liderar el cambio de esta situación?
–La salud ambiental hace que la conciencia se convierta en
conciencia encarnada, incorporada. Para llenar el espacio entre la teoría y la
práctica, entre la conciencia y la acción, hacen falta los afectos. El miedo es
un afecto –también el miedo por la propia vida–; todo esto hace que se
convierta en algo corporal, encarnado, y puede empujarnos a cambiar las propias
representaciones, afectos y, espero, comportamientos. A nivel individual, uno
ve que hay medidas políticas tomadas por cada uno de los países, y después, a
nivel europeo, y a nivel mundial. Esta pandemia puede ser un disparador, traer
una toma de conciencia. Pero soy muy prudente, porque después de Auschwitz,
Hiroshima, Fukushima la humanidad no cambió mucho. Y los lobbies son muy
fuertes para seguir en este camino loco. Desde hace veinte años hablo de la
vulnerabilidad del vínculo entre el humano y la naturaleza, de la transición de
los modelos de desarrollo más justos y ecológicamente sostenibles. Esto, para
lograr que la transición ecológica sea un eje político e incluso un proyecto de
emancipación; no un gobierno del miedo, sino un proyecto que haga que tengamos
otros deseos, más autónomos, para salir de modelos de consumo que nos imponía
el mercado y que no corresponden. Para mí hay cuatro pilares en la transición
ecológica. Uno, la protección del medio ambiente, la lucha contra el
calentamiento global, la protección de los ecosistemas. Dos, la justicia
social, las condiciones de trabajo pero también la redistribución del impacto
de la contaminación, esto es la relación Norte–Sur: son los más ricos los que
contaminan, y los países del sur la sufren, como África. Tres, la salud: no hay
crisis climática, de aumento de temperatura, sequías o inundaciones, que no
provoque problemas de salud. Y al final, la relación con los animales. Las
especies salvajes, las especies domésticas. Justamente la cría intensiva que
ocurre en países como el tuyo, genera una catástrofe para los animales,
deforestaciones, dado que a menudo el ganado europeo y americano es alimentado
con soja transgénica y para sembrar se deforesta, etcétera. Todo esto está
ligado a la transición ecologista, a otro modelo de desarrollo que articula
estos cuatro ejes de una manera no ideológica, este es el futuro. No quiere
decir que hay que imponerlo de un día para el otro, pero hay que transformar
este modelo de consumo y los modos de producción.
Fuente: Ñ