El mal viaje de mezcalina de Jean-Paul Sartre


Emily Zarevich 

 

Fue exactamente el tipo de cosa que haría un imprudente veinteañero. Pero, ¿por qué lo haría un profesor de filosofía racional, académicamente consumado y de treinta años? ¿No se lo pensaría bien alguien que ganó el examen competitivo de agregación en la Sorbona de París, superando a una genia como Simone de Beauvoir (1908-1986), que quedó en segundo lugar?

Resulta que el aspirante a escritor Jean-Paul Sartre (1905-1980) lo pensó muy bien. Después de mucha consideración, tomó la decisión ejecutiva de drogarse con mezcalina, una droga alucinógena o psicodélica que se usaba en ese momento para tratar el alcoholismo y la depresión, y reclutó a un amigo médico, Daniel Lagache, para que se la inyectara en las instalaciones de la Hospital Sainte-Anne de París. Esto fue en 1935; las reglas y regulaciones en el campo de la medicina eran más relajadas. Las secuelas del experimento, sin embargo, no lo fueron. La amante de Sartre, Simone de Beauvoir (aparentemente, no había resentimientos entre ellos por la agregación) se vio obligada a desempeñar el papel de cuidadora mientras sufría lo que Carole Haynes Curtis llama con precisión un "mal viaje". Más tarde, Beauvoir inmortalizaría estos eventos en sus memorias de 1960, The Prime of Life, aunque para Sartre fue menos un "primor" y más un capítulo vergonzoso y devastador de su propia vida.

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Si Sartre estaba buscando algún tipo de epifanía, ya que hay muchos escritores que abusaron de las drogas en el pasado en la esquiva búsqueda de inspiración —me viene a la mente Thomas de Quincey—, lo hizo de una forma muy extraña. Durante días estuvo atormentado por alucinaciones de crustáceos. No los encantadores, cantantes, al estilo de Disney, sino las bestias marinas demoníacas y burlonas que lo seguían dondequiera que fuera. Y perdió el control de la realidad cuando lo normal se transformó en anormal; su reloj se convirtió en un búho, su paraguas se transformó en un buitre. Hazel Rowley describe el horror transformador en su biografía dual de Sartre y Beauvoir, Tête-à-Tête: “Él no alucinaba de la forma rosada que le hubiera gustado; en cambio, los objetos cotidianos adquirieron formas grotescas para él”.

Como era de esperar, Sartre sufrió un colapso mental. Como explicó la biógrafa de Sartre-Beauvoir, Carole Seymour-Jones, en A Dangerous Liaison, una Beauvoir poco impresionada creía que al someter su cuerpo y su mente a semejante idiotez y al colocarse en una posición en la que perdía el control de sus propios pensamientos, había traicionado la esencia subyacente, los principios de lo que significaba ser un intelectual. Además de eso, había puesto en peligro la estabilidad de su ya inestable relación abierta. “Desde su punto de vista, el colapso de Sartre fue una traición”, escribe Seymour. “Sartre no tenía derecho a permitirse tales caprichos cuando amenazaban el tejido de nuestra existencia conjunta”, escribió Beauvoir.

Sartre buscó redimirse después. Bien entrenado por el famoso programa intensivo de filosofía de la Sorbona, se puso serio y analítico cuando pasó lo peor de su manía inducida por la mezcalina. Como un verdadero filósofo, trató de dar sentido al sin sentido. “Al final, Sartre buscó a Jacques Lacan, que pronto se convertiría en el psicoanalista más famoso de Francia”, cuenta el académico David Lethbridge. "Juntos llegaron a la conclusión de que los cangrejos representaban el 'miedo a estar solo' de Sartre. Los cangrejos continuaron materializándose hasta que aparentemente Sartre 'decidió que me aburrían y que simplemente no les prestaría atención'". En otras palabras, el cerebro le ganó a los cangrejos como había ganado una competencia de examen extenuante: con estudio duro y pura fuerza de voluntad.

Pero el trauma de Sartre por la experiencia nunca se desvaneció por completo. A lo largo de su vida, los cangrejos se entrometerían en sus pensamientos y se abrirían camino en las novelas y obras de teatro metafísicas que establecieron su reputación de renombre mundial como una estrella de rock, filósofo y escritor. De esta manera, el episodio monstruoso sí logró su propósito original, que era proporcionarle material para escribir libros auténticos con un sabor inquietante y abstruso, el objetivo principal del género literario existencial. Las alucinaciones con criaturas acosadoras y espeluznantes constituyen algunos de los pasajes más inquietantes de sus obras. Por ejemplo, en su novela experimental y pionera de 1938, Náuseas, los lectores disfrutan de una ridícula escena de sexo en la que el personaje principal sueña despierto que está atrapado en un jardín lleno de insectos y animales que caminan como cangrejos. Es suficiente para alejar a cualquiera de los mariscos para siempre.

Fuente: Jstor/ Traducción: Alina Klingsmen

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