Las redes sociales son máquinas para generar indignación
“Cada vez es más difícil hablar de cualquier tema controvertido en internet sin que cada opinión sea convertida en una caricatura creada por los oportunistas que comercian con la indignación de modo que todos, por temor a quedar atrapados en la escaramuza que está a punto de explotar, nos refugiamos en nuestras trincheras ideológicas donde podemos exaltar nuestra rectitud colectiva sanos y salvos”, escribió esta semana el periodista Jesse Singal, actualmente, está trabajando el tema de por qué ciertas postulaciones de las ciencias sociales se vuelven virales.
Siguiendo el caso de Steven Pinker, profesor de la
Universidad de Harvard, de quien se tomó un breve fragmento de una conferencia que,
así presentado, parecía una exaltación de los grupos de extrema derecha blancos
estadounidenses, Singal anotó: “La idea de que Pinker —un profesor de
psicología que es judío y liberal— sea fanático de un movimiento antisemítico y
racista en internet es totalmente absurda, así que se podría rechazar esta
historia como una exageración al igual que cualquier otro ejemplo de lo que las
redes sociales hacen mejor: generar indignación”, anotó Singal. Y siguió: “Una
cosa es decir que la izquierda y la derecha no están de acuerdo sobre hechos
simples de la historia del mundo: ese tipo de fragmentación informativa ha
estado ocurriendo durante un tiempo y precede a Twitter. Lo que las redes
sociales hacen es acercar la lupa cada vez más, por lo que es más difícil que
la gente que está de acuerdo en cuanto a su ideología general no lo esté sobre
hechos básicos de los sucesos noticiosos”.
Y así se crean los humores cotidianos, se marca el ritmo de
vida, se ponen en marcha temas de conversación y posicionamiento: sobre
noticias recortadas, leídas al pasar, listas para ser usadas para descargar la
ira y la rabia sobre cualquier desconocido.
“Eso se debe a que las nocivas dinámicas sociales de estos
espacios en línea promueven la idea de que cualquiera que no esté de acuerdo
contigo sobre un tema controvertido, aunque sea un leve desacuerdo, es
incorregiblemente tonto, malvado o sospechoso. En una amplia y creciente gama
de temas no existen los desacuerdos de buena fe”.
El artículo completo aparecido en New York Times.