Arquitectura cubana posrevolucionaria: cómo construir más con menos


Por M. Wesam Al Asali 
Universidad de Princeton

 

Hay una crisis conjunta mundial de cambio climático y escasez de viviendas, dos temas que encabezan la lista de discusiones en la reciente cumbre climática COP26 en Glasgow. La construcción y los edificios representan más de una cuarta parte de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. Mientras tanto, según un informe de septiembre de Realtor.com, solo en Estados Unidos faltan 5,24 millones de hogares. Abordar ambas crisis requerirá construir estructuras de manera más sostenible y eficiente.



Pero esta no es la primera vez que los arquitectos y los gobiernos han tenido que lidiar con la disminución de los recursos y la tarea de albergar a un gran número de personas. En 1959, una revuelta armada liderada por Fidel Castro derrocó a la dictadura militar cubana de Fulgencio Batista. Como parte de un plan más amplio para mejorar la calidad de vida de millones de cubanos, el nuevo gobierno de Castro buscó desarrollar un programa para producir en masa nuevas viviendas, escuelas y fábricas.

En los años siguientes, sin embargo, este sueño chocó con realidades difíciles. Las sanciones y las interrupciones de la cadena de suministro crearon una escasez de materiales de construcción convencionales. Los arquitectos se dieron cuenta de que necesitaban hacer más con menos e inventar nuevos métodos de construcción utilizando materiales locales.

 

Una técnica milenaria

En un artículo que escribí en coautoría con el arquitecto e ingeniero Michael Ramage y la arquitecta Dania González Couret, exploramos los desafíos creativos de este período centrándonos en un elemento estructural específico del que pronto se apoderaron estos arquitectos cubanos: la bóveda de tejas.

La bóveda de azulejos es una técnica que floreció en el Mediterráneo oriental a partir del siglo X. Implica la construcción de techos abovedados hechos de múltiples capas de baldosas de terracota livianas. Para construir la primera capa, los constructores utilizan mortero de fraguado rápido, para pegar las baldosas sin apenas soporte temporal. Posteriormente, el constructor agrega más capas con cemento normal o mortero de cal. Esta técnica no requiere maquinaria costosa ni el uso de mucha madera para el encofrado. Pero la velocidad y la artesanía son primordiales.

Debido a su asequibilidad y durabilidad, las bóvedas de baldosas se extendieron a diferentes partes de Europa y América. Se conoció como mosaico Guastavino en Estados Unidos, un guiño al arquitecto español Rafael Guastavino, quien usó la técnica en más de 1000 proyectos en los Estados Unidos, incluida la Biblioteca Pública de Boston y la Grand Central Station de Nueva York.

 

Bóvedas en boga

En Cuba, las bóvedas de azulejos se utilizaron para construir las Escuelas Nacionales de Arte. Fidel Castro abogó por la construcción de las cinco escuelas en lo que, antes de la revolución, había sido un campo de golf en Cubanacán, un pueblo al oeste de La Habana.

Diseñadas por Ricardo Porro, Vittorio Garatti y Roberto Gottardi, las escuelas integran conchas y arcos de terracota con el paisaje verde del sitio. Durante mucho tiempo se pensó que eran los únicos edificios con bóveda de tejas en la Cuba de la posrevolución. Sin embargo, descubrimos que las Escuelas Nacionales de Arte son solo la punta del iceberg. De 1960 a 1965, se llevaron a cabo una serie de experimentos y proyectos de bóveda en todo el país.

Poco después de la revolución, arquitectos e ingenieros del Ministerio de la Construcción, conocido como MICONS, fueron a Camagüey, una provincia conocida por su fabricación de ladrillos de terracota, para aprender más sobre el oficio. Uno de estos arquitectos, Juan Campos Almanza, entonces recién egresado de la Universidad de La Habana, dirigió el equipo de investigación. Como experimento, construyó una bóveda de carga en los terrenos de la fábrica de ladrillos Azorin.

Fue un éxito. Continuó utilizando el diseño para construir viviendas asequibles y elegantes frente al mar en Santa Lucía, al norte de Camagüey, utilizando el mismo diseño de bóveda.

 

Lo mejor de ambos mundos

La construcción de bóvedas con ladrillos y tejas parecía ser una solución prometedora para construir techos replicables y rentables. El Centro de Investigaciones Técnicas, una agencia encargada de desarrollar viviendas, escuelas y fábricas, utilizó la investigación de Almanza para construir sus propias oficinas abovedadas. Un espacio al aire libre cercano, conocido como "El Patio del MICONS", se convirtió en escenario para más experimentos estructurales.

En El Patio, artesanos, ingenieros y arquitectos trabajaron juntos para desarrollar edificios abovedados asequibles, mientras que los maestros de la escuela de albañiles de azulejos de El Patio enseñaban técnicas de construcción a grupos de aprendices.

Pronto empezaron a aparecer casas y edificios abovedados en todo el país. En 1961, Juan Campos Almanza completó sus primeros proyectos habitacionales en Altahabana, un nuevo barrio ubicado cerca de La Habana, construyendo simples bóvedas de cañón sobre vigas prefabricadas. Se utilizaron diseños similares para más casas, escuelas y fábricas frente al mar.

En su informe sobre el proyecto piloto de Altahabana, Campos definió su método como “tradicional mejorado” o “construcción tradicional mejorada”, una mezcla de métodos de construcción convencionales con algunos elementos prefabricados. De esta manera, argumentó, los constructores podrían obtener lo mejor de ambos mundos: la construcción, parte de ella construida a mano, fue rápida y replicable. Y no requirió muchos materiales e infraestructura preexistente.

El mejor ejemplo de este método de construcción es el Centro Preuniversitario abovedado en Liberty City, el sitio de una antigua base del Ejército de EE. UU. La estructura fue diseñada en 1961 por Josefina Rebellón, quien en ese momento era estudiante de tercer año de arquitectura. A solo un par de millas de las Escuelas de Arte, el diseño de Rebellón se completó en 18 meses. Se componía de dos edificios de bóvedas circulares, con bóvedas cónicas y vigas prefabricadas, con un edificio de aulas ondulado de dos pisos entre los dos círculos.

 

Un breve experimento con un legado duradero

Estos nuevos y emocionantes métodos de construcción no duraron mucho. En 1963, La Habana fue sede de la conferencia de la Unión Internacional de Arquitectos. El tema de ese año fue “Arquitectura en los países en desarrollo”.

La conferencia brindó a los arquitectos cubanos la oportunidad de reflexionar sobre sus experiencias recientes. El Ministerio de Construcción presionó para poner fin a lo que consideraba un período de experimentación. La vivienda masiva, argumentaron, exigía una construcción industrializada.

Los edificios comenzaron a construirse en fábricas y luego se ensamblaron en el sitio. La mano de obra calificada y especializada, como la construcción de bóvedas, ya no se consideraba un activo sino un obstáculo, ya que era difícil encontrar constructores de bóvedas en las zonas remotas del país, y los constructores novatos requerían una amplia capacitación. Sin embargo, la historia de estos edificios ofrece lecciones para diseñar con escasez.

La capacidad de experimentar es importante. La coordinación entre constructores, gobiernos y arquitectos es fundamental. Y la artesanía también importa, ya sea bóveda de azulejos o carpintería tradicional.

Durante demasiado tiempo, los edificios que requerían artesanía se consideraron proyectos demasiado costosos que implementan técnicas más adecuadas para una era diferente. Pero los cubanos demostraron que la artesanía se puede desarrollar, escalar y combinar con avances tecnológicos.

Hoy en día, un puñado de iniciativas prometedoras muestran cómo el arte de las bóvedas de tejas puede servir para la construcción de edificios con bajas emisiones de carbono o sistemas de cielorrasos diseñados. De regreso a Cuba, ahora se enseña salto con tejas en la Escuela Taller Gaspar Melchor, un centro de formación en el centro histórico de La Habana.

La arquitectura abovedada de Cuba refleja la relación entre la necesidad y la invención, un proceso que mucha gente piensa erróneamente como automático. No lo es. Es una relación basada en la perseverancia, el ensayo y error y, sobre todo, la pasión.

No busques más allá de lo que Juan Campos Almanza y sus compañeros dejaron en la isla: edificios hermosos y replicables, muchos de los cuales todavía están en pie.

Fuente: The Conversation

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