Un año de pandemia: ¿qué hemos aprendido?
Es evidente que la pandemia ha afectado nuestras vidas. Hemos aprendido a vivir de otra manera, adaptando necesidades a las múltiples restricciones y recomendaciones. Algunas finalmente sumidas en la obligatoriedad.
Hemos aprendido a echar de menos la rutina de la antigua normalidad, esa misma que nos estresaba hasta hace un año. Hemos aprendido que lo digital, que antes parecía que aislaba a las personas, permite mantenernos unidos.
También, que las redes sociales pueden convertirse en escenario digital para compartir experiencias, cuando uno solo puede salir, con suerte, a la terraza o asomarse a una ventana. Podemos seguir, pero dudo que esta lista tenga fin. Al fin y al cabo, hemos tenido que aprender, a marchas forzadas, en todas las dimensiones de lo humano.
La pandemia ha dado un fuerte frenazo a nuestras inercias psicológicas, sociales, políticas, económicas, laborales… Hemos parado. El mundo ha parado, y hemos podido vivir a cámara lenta y reflexionar. Sin duda, hemos aprendido mucho.
¿Qué hemos aprendido sobre la decisión y la libertad?
Aquí, en estas líneas, también me gustaría detenerme sobre algunas inercias, pero de carácter conceptual: ¿qué hemos aprendido sobre la decisión y la libertad? Abordémoslo con dos conceptualizaciones: una del filósofo y ensayista español José Ortega y Gasset. Otra del filósofo y pedagogo naturalista Jean-Jacques Rousseau.
Ortega entiende la vida como una coexistencia de nuestro yo (nuestra identidad personal e individual) con el mundo.
El mundo es el conjunto de circunstancias que nos vienen dadas e impuestas. Circunstancias con las que tenemos que lidiar para transitar por nuestro sendero vital.
No sé si recordará el lector la famosa sentencia: “yo soy yo y mis circunstancias”, probablemente sí. No es tan conocida su continuación: “si no las salvo a ellas, no me salvo yo”. Llevamos un año “salvando las circunstancias” para salvarnos nosotros, aprendiendo a (sobre)vivir con lo que nos la pandemia. Pero “la vida no elige su mundo”, advierte Ortega.
El recorrido vital que realicemos por ese mundo estará determinado por nuestras decisiones. Esto es, por las elecciones que hagamos sobre aquello que nos viene impuesto.
Si echamos la vista atrás, veremos que la crónica de la pandemia es la crónica de una toma de decisiones ante las circunstancias. Desde decisiones de nivel político, como decretar el estado de alarma y el confinamiento domiciliario, hasta decisiones personales, como mantener una distancia de seguridad o no abrazar a nuestros padres.
El cambio en el patrón de toma de decisiones
Hay un matiz que, quizás, haya pasado desapercibido. En determinadas situaciones, nuestras decisiones personales se vuelven decisiones políticas. En pandemia, se dieron esas circunstancias. Hemos tenido que tomar o aprender a tomar decisiones orientadas al bien común, no solo al interés individual.
Esto ha convertido nuestras decisiones en decisiones políticas, en el sentido más original del término. Política es aquella actividad del ciudadano con la que interviene en los asuntos públicos con su opinión, con su voto, o de cualquier otro modo (RAE).
Así pues llevamos un año “salvando las circunstancias”, a través de nuestras decisiones, para salvarnos nosotros. Tanto como individuos, como comunidad y sociedad.
En este sentido, si vivimos solos, lavarnos las manos al llegar a casa es una decisión orientada al bien personal, pero ponernos un gel hidroalcohólico al entrar en una tienda es una decisión orientada al bien común. Una decisión política.
No visitar a nuestros padres mayores es una decisión mixta, personal y política. No ir a trabajar presencialmente si tenemos síntomas compatibles con la covid-19 es una decisión política.
No obstante, hemos observado algunas decisiones y actuaciones claramente antipolíticas (en el sentido anteriormente expuesto). Por ejemplo, fiestas ilegales, reuniones de grandes grupos en espacios cerrados. También personas sin mascarilla en ascensores, saltándose todas las restricciones y medidas de seguridad, con el pretexto de la libertad.
En pandemia, al individuo que hace uso del tipo erróneo de libertad en sus decisiones, se le han tenido que imponer controles policiales y amenazas de multas. El objetivo, prevenir las consecuencias de su falta de control sobre sus intereses individuales y egoístas.
¿Qué ha sucedido con la libertad?
Recurramos en este punto a la segunda conceptualización, la de Rousseau, para comprender la interrelación entre la decisión política y la libertad.
Según el filósofo podemos distinguir dos formas de libertad. La libertad inferior o individual y la libertad superior o social.
La inferior vela por el interés personal. Aunque, en este sentido, es egoísta, no tiene por qué tener consecuencias negativas, siempre que se haga uso de ella en decisiones tomadas dentro del contexto adecuado. Vacunarse exclusivamente por salvaguardar la vida propia, sin importarnos los beneficios a nivel social ni mundial, podría considerarse una decisión de este tipo.
Por otra parte, la libertad superior o social. Como también la denomina Rousseau, libertad moral. Esta vela por el bien común, por encima del interés personal. Es el uso de esta libertad el que se da en nuestras decisiones políticas, en tanto que interviene y afecta a asuntos públicos.
En el momento en que hacemos intervenir la libertad inferior en una decisión política, esta se torna en antipolítica (pone en juego el bien común y, con él, en nuestro propio). Vacunarnos usando contactos y quitándole el turno a una persona de alto riesgo, sería una decisión antipolítica.
Desde este enfoque incluso podemos tomar la temperatura del ejercicio de la libertad superior en distintos países. Si en un país se han necesitado muchos “pañales” (restricciones, multas, controles, etc.) sus ciudadanos sufren aún de “incontinencia”, esto es, del ejercicio inadecuado de la libertad inferior o individual.
En este año tenemos que haber aprendido, más que nunca, que nuestras decisiones no solo nos afectan a nosotros. Estas no solo tienen impacto en nuestros asuntos. Además, el pretexto de la libertad es un falso pretexto, porque se juega con un doble sentido del término.
Por ello, uno de los aprendizajes más importantes que deberíamos extraer de estas circunstancias, con las que llevamos coexistiendo desde hace un año y que han reconfigurado nuestra vida, es que el ejercicio de la libertad moral. Gracias a él, somos capaces de autoimponernos una norma, por el bien de todos y por el nuestro propio. Somos capaces, al fin y al cabo, de realizar un ejercicio de humanidad.
Fuente: The Conversation