Cuando el teléfono era cosa de mujeres bienhabladas
Al comenzar a pasar horas en Zoom, aprendimos nuevas formas
de presentarnos, ajustando los estilos de habla, la iluminación y los ángulos
de la cámara. A finales del siglo XIX, escribe Stefan Schöberlein, estudioso del
inglés y de los medios de comunicación, el teléfono fomentó cambios similares,
en formas claramente diferenciadas por género.
En la década de 1870, antes de que la mayoría de la gente
hablara por teléfono, la tecnología ya se consideraba femenina. En muchas
historias románticas de esa época, los hombres luchaban con los teléfonos
mientras que las mujeres los usaban con facilidad. Schöberlein describe la
dinámica en el romance de ciencia ficción de Mark Twain de 1878, "Los
amores de Alonzo Fitz Clarence y Rosannah Ethelton": “La mujer define con
autoridad los parámetros de las llamadas y tiene el poder de terminar la
comunicación, dejando que los hombres respondan solo con una especie de ‘locura
telefónica’: el futuro esposo de Rosannah se vuelve loco temporalmente y
comienza a posarse en los postes de telégrafo”.
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Otras historias giraron en torno a la búsqueda de un
operador telefónico por parte de un hombre que conoció por casualidad mientras
hacía una llamada. Schöberlein escribe que las mujeres en este tipo de historia
mostraban poca personalidad, aunque inevitablemente tenían un rasgo notable:
una buena voz.
Una buena voz también se convirtió en una cualidad cada vez
más crucial para las mujeres en la vida real. Un artículo de la revista Life de
1911 aconsejaba: “Si uno desea seleccionar el tipo adecuado de esposa, nunca
debe ver a la dama, sino que primero debe hablar con las solicitantes por
teléfono... El egoísmo, la simpatía, la superficialidad, el cultivo, la fuerza
de reserva, el control y la capacidad de aburrir: todas estas cosas y muchas
más se revelan en la voz de una mujer”.
Tanto para hombres como para mujeres en la era del teléfono,
una buena voz se vinculó con el uso del inglés estándar. En épocas anteriores,
los estadounidenses disfrutaban de dialectos regionales tanto en la vida real
como en el trabajo escrito. Pero, dado el sonido de baja fidelidad de los
primeros teléfonos, a muchos oyentes les resultaba difícil entender los
patrones de habla regionales. Los hombres, en particular, eran aparentemente
difíciles de entender. Como explicaba una enciclopedia de principios de siglo: “Si
escucha hablar a una mujer promedio y compara su voz con la de un hombre
promedio de su misma clase, notará, entre otras cosas, que su pronunciación de
las palabras es mejor; también que hay menos tendencia a cortar los extremos de
las palabras o bajar la voz y balbucear las terminaciones. Hay aquí una pureza
natural de dicción”.
En realidad, señala Schöberlein, no había nada
particularmente natural en esta diferencia. Dada la creciente importancia de la
voz, a fines del siglo XIX, las instituciones educativas, desde las escuelas
primarias hasta las universidades, comenzaron a ofrecer instrucción vocal a las
alumnas. Aprendieron a hablar con claridad y precisión sin forzar sus cuerdas
vocales.
Todo esto significaba que los hombres que hablaban
claramente por teléfono podían parecer afeminados. En una historia romántica de
1895, cuando un hombre habla por teléfono, su voz “se volvió muy suave y muy
clara”, incluso “arrulladora”.
Hoy podemos tener preocupaciones paralelas sobre la
autopresentación en Zoom, pero al menos, si queremos encontrar instrucciones
sobre cómo hacerlo mejor, probablemente podamos encontrarlas en YouTube.
Fuente: Jstor/ Traducción: Horacio Shawn-Pérez