¿Por qué tantos migrantes no pueden salir de la pobreza?


Sebnem Eroglu 
Universidad de Bristol

 

Muchas personas migran a otro país para obtener un ingreso digno y lograr un mejor nivel de vida. Pero mi investigación reciente muestra que, en todos los destinos y generaciones estudiados, muchos inmigrantes de Turquía a países europeos están económicamente peor que aquellos que se quedaron en casa.

Incluso si hay algunos beneficios no monetarios de permanecer en el país de destino, como vivir en un ambiente más ordenado, esto plantea preguntas fundamentales. Principalmente, ¿por qué el 79 % de los hombres de la primera generación que contribuyeron al crecimiento de Europa asumiendo algunos de los trabajos manuales más sucios y riesgosos, como trabajar en el procesamiento de amianto y en los canales de alcantarillado, siguen viviendo en la pobreza? Hay un fuerte indicio de que los mercados laborales y los estados de bienestar europeos están fallando a los inmigrantes y sus descendientes.

En mi libro reciente, Pobreza y migración internacional, examiné el estado de pobreza de tres generaciones de inmigrantes de Turquía a varios países europeos, incluidos Austria, Bélgica, Dinamarca, Francia, Alemania, Suecia y los Países Bajos. Los comparé con los "retornados", que regresaron a Turquía, y los "permanentes", que nunca abandonaron el país.

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El estudio cubre el período desde principios de la década de 1960 hasta el momento de su entrevista (2010-2012), y se basa en una muestra de 5980 adultos dentro de 1992 familias. La muestra estuvo compuesta por antepasados varones vivos (los que iban primero eran típicamente hombres), sus hijos y nietos.

Para mi investigación, la línea de pobreza se fijó en el 60% de la renta familiar media disponible (ajustada por el tamaño de la familia) para cada país estudiado. Aquellos que caen por debajo del umbral de ingresos de cada país se definen como pobres.

Los datos para esta investigación provienen de la Encuesta de familias de 2000 que realicé con académicos del Reino Unido, Alemania y los Países Bajos. La encuesta generó lo que se cree que es la base de datos más grande del mundo sobre la migración laboral a Europa mediante la localización de los antepasados ​​masculinos que se mudaron a Europa desde cinco regiones de alta migración en Turquía, durante los años de trabajadores invitados de 1960-1974, y sus contrapartes, que no migraron en el momento.

Traza a los miembros de la familia que vivían en varios países europeos hasta la cuarta generación, y los que se quedaron en Turquía. El período corresponde a una época en que los trabajadores de Turquía fueron invitados a través de acuerdos bilaterales entre estados para contribuir a la construcción de Europa occidental y septentrional.

Los resultados presentados en mi libro muestran que cuatro quintas partes (79%) de los hombres de primera generación, que llegaron a Europa como trabajadores huéspedes y acabaron estableciéndose allí, vivían por debajo del umbral de la pobreza económica, frente a un tercio (33%) de los que se habían quedado en el país de origen. En la tercera generación, alrededor de la mitad (49%) de los que vivían en Europa seguían siendo pobres, en comparación con poco más de una cuarta parte (27%) de los que se quedaron atrás.

Los inmigrantes de tres generaciones familiares que residían en países reconocidos por la generosidad de sus estados de bienestar se encontraban entre los más empobrecidos. Algunas de las tasas de pobreza más altas se observaron en Bélgica, Suecia y Dinamarca.

Por ejemplo, en las tres generaciones de inmigrantes asentados en Suecia, el 60% se encontraba en la pobreza de ingresos a pesar de una tasa de empleo del 61%. Este fue el nivel más alto de empleo observado para los migrantes en todos los países estudiados. Los inmigrantes en Suecia también tenían, en promedio, más educación que los que vivían en otros destinos europeos.

Mis hallazgos también revelan que mientras más de un tercio (37%) de los "permanentes" de la tercera generación completaron la educación superior. Esto se aplicaba a menos de una cuarta parte (23%) de los inmigrantes de tercera generación repartidos por los países europeos.

 

A los retornados les fue bien

Tener una educación universitaria resultó no mejorar las posibilidades de salir de la pobreza de estos últimos tanto como lo hizo para los miembros de la familia que no habían salido de casa. Por otro lado, se descubrió que a los “retornados” a Turquía les fue mucho mejor que a los que vivían en Europa e igual, si no mejor, que a “los que se quedaron”.

Menos de una cuarta parte de los retornados de primera y tercera generación (23% y 24% respectivamente) experimentaron pobreza de ingresos y el 43% de la tercera generación obtuvo un título de educación superior. El dinero que ganaban en el extranjero, junto con sus calificaciones educativas, parecían comprarles más ventajas económicas en Turquía que en el país de destino.

Los resultados de la investigación no deben interpretarse en el sentido de que la migración internacional sea económicamente una mala decisión, ya que todavía no sabemos cuán empobrecidas estaban estas personas antes de la migración. Se sabe anecdóticamente que los migrantes de primera generación son más pobres en el momento de la migración que aquellos que decidieron no migrar durante los años de trabajadores huéspedes, y es probable que hayan obtenido algunas ganancias económicas de su mudanza. La mejora de la situación de los retornados presta apoyo a esto.

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Los hallazgos tampoco deberían conducir a la sugerencia de que si los migrantes no ganan lo suficiente en su nuevo país de origen, deberían regresar. Los primeros hallazgos de otra investigación que estoy realizando actualmente sugiere que, si bien la pobreza de ingresos reduce considerablemente la satisfacción con la vida de los migrantes, existen beneficios adicionales no monetarios de la migración a un nuevo destino. La naturaleza exacta de estos beneficios aún se desconoce, pero es probable que se trate, por ejemplo, de vivir en un entorno mejor organizado que facilite la vida cotidiana.

Sin embargo, todavía nos quedamos con la pregunta de por qué se deja a los migrantes en tal pobreza. Junto con los hallazgos de otro estudio reciente que demuestra que más de la mitad de los europeos no dan la bienvenida a inmigrantes fuera de la UE de países económicamente más pobres, la evidencia comienza a sugerir que una corriente subyacente de racismo sistémico puede estar actuando como causa.

Si los inmigrantes fueran bienvenidos, se esperaría que los países de destino con estados de bienestar mucho más desarrollados que Turquía implementaran medidas para proteger a los trabajadores invitados contra el riesgo de pobreza en la vejez, o evitar que sus hijos y nietos se retrasen tanto respecto a sus contrapartes en Turquía en el acceso a la educación superior.

No les permitirían conformarse con rendimientos más bajos de sus calificaciones educativas en mercados laborales más regulados. También es poco probable que hubiéramos observado algunas de las tasas de pobreza más altas en países con estados de bienestar generosos como Suecia, que ocupa el primer lugar por su legislación contra la discriminación, basada en la igualdad de oportunidades.

En general, el panorama para los migrantes “no deseados” parece bastante sombrío. A menos que se realicen cambios sistémicos importantes, es poco probable que mejoren sustancialmente sus perspectivas.

Fuente: The Conversation/ Traducción: Horacio Shawn-Pérez

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