Kiev, Ucrania
Nunca empuñé un arma en mi vida. Ignoraba esas clases escolares donde nos enseñaban cómo hacerlo. Todas esas charlas, sus charlas varoniles, me enfermaban físicamente. Pero hoy, qué bien me vendrían todas esas habilidades.
Tengo miedo, mucho miedo a la muerte, al dolor, a las posibles heridas, y tengo miedo de empuñar un arma. Y al mismo tiempo, por pereza y amor a la comodidad, solo dejé de esconderme después de la sirena del octavo ataque aéreo.
Ya extraño las pequeñas cosas que me hacían ser yo: nuestra pequeña charla, un café en una elegante cafetería cerca de la Catedral de San Miguel, largas caminatas solitarias desde la calle Kostelna hasta Podil, mi pila de libros en constante crecimiento, mi maravillosa oficina con vista a Maidan, el olor de archivos viejos y mal conservados. Pero sobre todo, extraño el mundo de ayer. Un mundo donde yo estaba a cargo de mi pequeña y estúpida vida. Un mundo en el que podía leer, usar electricidad todo el día, dejar de lado los pensamientos autocríticos o la próxima taza de café, escuchar música, ir a la cama cuando quisiera. Esos tiempos se han ido. Ahora tienes que superar tus miedos y hacer algo.
Fuente: SCA