Hace calor bajo las chapas de los barrios marginados
Desde la distancia, Kroo Bay, un barrio marginal en la
capital de Sierra Leona, Freetown, se asemeja a un gigantesco motor
sobrecalentado: miles de chozas de hojalata color óxido se alzan en filas bajo
el sofocante sol de África occidental, divididas solo por corrientes de aguas
residuales llenas de basura.
“Está caliente, caliente, caliente”, dice Mariama Barrie,
una madre de tres hijos de 34 años que alquila una casilla de una habitación en
el corazón del distrito asolado por la pobreza. “Se siente como si nos
estuvieran cocinando vivos. Estamos cocinándonos como cerdos aquí.”
Barrie, que vende carbón casero para obtener ingresos, dice
que sufre dolores en el pecho y dificultades para respirar debido al calor,
particularmente durante la abrasadora estación seca de Sierra Leona, de
diciembre a abril, cuando las temperaturas pueden superar los 40 grados. “No
entiendo por qué está pasando”, dice Barrie, sacudiendo la cabeza cuando se le
pregunta si sabe qué es el cambio climático. “Pero sé que se está calentando”.
Freetown, como muchas ciudades del mundo, está cada vez más
amenazada por temperaturas peligrosas. Un estudio publicado en la revista
científica PNAS el año pasado encontró que la exposición al calor extremo en
13.115 ciudades casi se triplicó entre 1983 y 2016, afectando a 1.700 millones de
personas. Los investigadores encontraron que el riesgo para la salud del calor
extremo es "altamente desigual y afecta severamente a los pobres
urbanos".
Para enfrentar el problema, Freetown anunció una nueva
contratación en noviembre: un director de calor, el primero en África.
A Eugenia Kargbo, que trabaja como asesora de la alcaldesa
Yvonne Aki-Sawyerr, se le ha encomendado la tarea de concienciar al público
sobre el calor extremo, mejorar la protección y las respuestas a las olas de
calor y recopilar, analizar y visualizar datos sobre el impacto del calor en
esta ciudad de 1,2 millones de habitantes, utilizando herramientas como
Treetracker, la base de datos de árboles de Freetown.
“El cambio climático está frente a nosotros ahora”, dice
Kargbo. “El calor ya está aquí y es insoportable. Lo que estamos experimentando
en Freetown en este momento nunca había sucedido antes, no tiene precedentes.
Necesitamos adaptación, no solo mitigación. Necesito hacer de mi ciudad un
lugar más seguro y fresco”.
En 2017, el Panel Intergubernamental sobre el Cambio
Climático clasificó a Sierra Leona en tercer lugar, después de Bangladesh y
Guinea Bissau, en su lista de países más vulnerables al cambio climático.
Muchos de estos riesgos se concentran en su capital y ciudad más grande, donde
una combinación de guerra civil, malas cosechas inducidas por el cambio
climático y pobreza rural ayudaron a impulsar una urbanización explosiva.
Alrededor del 35% de la población de Freetown vive en 74 asentamientos
informales como Kroo Bay, a menudo en áreas propensas a desastres como el paseo
marítimo o las laderas. Las casas suelen ser estructuras temporales hechas de
láminas de metal, trampas de calor. En 2017, las inundaciones y los
deslizamientos de tierra mataron a más de 1000 personas en Freetown y en marzo
pasado un incendio en un barrio pobre dejó a 7000 personas sin hogar.
“La población se está disparando a nuestro alrededor y eso
genera mucho estrés en la ciudad”, dice Aki-Sawyerr. “Es como vivir en una olla
a presión”.
El papel de Kargbo es parte de una iniciativa liderada por
el Atlantic Council que también trajo oficiales de calor al condado de
Miami-Dade y Atenas, Grecia; Los Ángeles y Phoenix contrataron funcionarios
dedicados a combatir el calor extremo por iniciativa propia. Al igual que sus
contrapartes en Estados Unidos y la Unión Europea, Kargbo planea combatir el
aumento de las temperaturas con una combinación de cambios de infraestructura y
de políticas. Lidera el proyecto de Freetown para plantar un millón de árboles
y construir 48 jardines urbanos, trabaja con empresas de telecomunicaciones
para enviar avisos meteorológicos y construye “centros de enfriamiento” con
sombra y agua en barrios marginales. También hay un plan para mejorar el
saneamiento mediante la creación de puestos de trabajo de recolección de
residuos para 800 jóvenes.
“El trabajo que está haciendo Eugenia no es solo para
Freetown”, dice Aki-Sawyerr. “El costo humano del calor extremo es algo que todas
las ciudades deben conocer”. Es posible que pronto sigan otros oficiales de
calor en África: Kargbo dice que estuvo asesorando a otros alcaldes de Sierra
Leona, así como al alcalde de la capital de Liberia, Monrovia.
Kathy Baughman McLeod del Centro de Resiliencia de la
Fundación Adrienne Arsht-Rockefeller, que financió el primer año de directores
de calor en Freetown, Atenas y Miami-Dade, dice que espera que haya uno en cada
continente para fin de año. “Tenemos la intención de ser flexibles para las
comunidades y los alcaldes”, dice. “¿Cómo abordarán mejor el papel? Lo
intentaremos durante un año y veremos cómo va”.
Después de unos meses de éxito, McLeod dice que Miami ya
incorporó el papel del oficial de calor en su presupuesto. Pero en ciudades
como Freetown, donde muchos residentes viven en la pobreza extrema y los
servicios municipales son mucho más frágiles, “existe un conjunto diferente de
desafíos”, dice. El puesto puede requerir más apoyo a largo plazo. “Tal vez
estemos allí en el año dos, tres y cuatro, pero queremos asegurarnos de que
funcione”, dice McLeod. “Esto es un experimento. Pero este papel es quizás más
importante en África que en otras regiones”.
El alcalde Aki-Sawyerr subraya esas disparidades. “En
Atenas, decidieron instalar fuentes de agua alrededor de la ciudad, pero solo
el 47% de las personas en Freetown tienen acceso a agua corriente”, dice ella.
La falta de datos es otra barrera. El número de personas
expuestas a olas de calor entre 2000 y 2016 aumentó en 125 millones, según la
Organización Mundial de la Salud. Pero en África subsahariana, los investigadores
dicen que los datos pueden ser subestimados. Las cifras de autopsia y
mortalidad, dice Aki-Sawyerr, no son confiables. Y la alcaldesa no conoce la
población precisa de la ciudad: “Es solo una estimación de entre 1,2 y 1,5
millones”, dice ella. “Necesitamos saber los números reales para hacer
mejoras”.
Aunque los países africanos representan solo el 3,8% de las
emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, una parte eclipsada por
China, Estados Unidos y la Unión Europea, los expertos creen que es probable que
el continente sienta el calor más que otras regiones, y sus residentes, muchos
de los cuales dependen de la agricultura de subsistencia, están más gravemente
amenazados por sequías e inundaciones. La Organización Meteorológica Mundial
advirtió que el PBI total de África disminuirá entre un 2,25 % y un 12,12 %
debido al calor extremo.
Anna Steynor, jefa de servicios climáticos del Grupo de
Análisis del Sistema Climático de la Universidad de Ciudad del Cabo, dice que,
dado el "contexto de desarrollo vulnerable" de las ciudades
africanas, "cualquier aumento en los extremos o el calor con el tiempo
tendrá un gran impacto, más que en las ciudades desarrolladas.”
Los peligros que plantea el calor extremo en las zonas
urbanas de África se pasó por alto hasta ahora, dice Steynor; los oficiales de
calor pueden jugar un papel crucial en la concientización. “Hemos visto que los
campeones son increíblemente importantes para impulsar el cambio”, dice. “El
calor extremo es un efecto insidioso del cambio climático en el que la gente a
menudo no piensa”.
Freetown, densamente poblada y rodeada de agua por tres
lados, se presenta como un escenario desafiante para los esfuerzos de
mitigación del calor. En Kroo Bay, que se está expandiendo gradualmente hacia
el mar en terrenos inestables y expuestos, no hay espacio para plantar árboles,
según Murray Alie Conteh, concejal del circundante Distrito 431.
El clima extremo tiene una serie de efectos colaterales en
asentamientos marginales como el suyo. El hacinamiento y la construcción no
regulada aumentan los riesgos de incendio, mientras que el saneamiento
deficiente aumenta el riesgo de inundaciones y conduce a la reproducción masiva
de mosquitos. “Hace más y más calor”, dice Conteh. “Al final del día, es
desastroso”.
Adamsy Fornh, una madre de ocho hijos de 43 años que vende
comida casera, conoce ese riesgo más que nadie. Vivió cuesta arriba en una de
las partes más establecidas de Kroo Bay hasta 2015, cuando en medio de la noche
su casa comenzó a incendiarse. "Simplemente gritaron: 'Fuego, fuego,
fuego'", dice ella. “Dejé todo atrás”.
Ahora Fornh, que atiende a su nieto recién nacido al aire
libre, vive casi al borde del agua: el barrio pobre se extendió a una orilla
que alguna vez fue deshabitada, parecida a un pantano. “No tenemos otro lugar
adonde ir”, dice ella. “Estamos pidiendo ayuda”.
Fuente: CityLab/ Traducción: Horacio Shawn-Pérez