Vacunas de Covid-19: ¿Está bien que los políticos se salten la cola?
Desde la llegada de la pandemia, la sociedad y su sector
sanitario se han visto obligados a confrontarse con dilemas éticos de gran
calado que no han sido suficientemente
debatidos. Durante marzo y abril del pasado año, en el momento más crítico de
la primera ola, muchos sanitarios se vieron obligados a decidir qué tipo de
pacientes debían ser preteridos o priorizados, a la hora de intentar salvar su
vida.
Ahora, con la llegada de las vacunas, han surgido otros
dilemas que requieren ser estudiados para saber cómo proceder con una mayor
eficiencia y equidad en las campañas de vacunación. Procedemos a enumerar aquí
algunos de ellos.
¿Podemos fiarnos de
todas las vacunas?
Las vacunas están sometidos a una regulación muy estricta en
EEUU y en Europa, con sendas agencias del medicamento (FDA y EMA,
respectivamente), organismos independientes que supervisan su seguridad y
eficacia antes de ser administradas masivamente. No ocurre lo mismo en otras
zonas del mundo, incluyendo a China.
Ante una pandemia de tal envergadura, que requerirá una
vacunación generalizada de toda la población mundial, surge la duda de si
podemos permitirnos prescindir de aquellas vacunas que no han sido aprobadas
por un organismo independiente.
Se diría que, al margen de posibles conflictos de intereses
comerciales, convendría seguir la pista a todo tipo de vacunas, ya que países
con menos recursos bien pudieran beneficiarse de su uso, siempre que haya unas
garantías de calidad e independencia. Un posible sustituto de los organismos
certificadores independientes puede ser la revisión de los artículos
científicos publicados sobre los ensayos clínicos de estas vacunas.
Ahí están los casos de algunos países, como Argentina, que
ha optado por la vacuna rusa Sputnkik V, o los Emiratos Árabes Unidos que han
aprobado la china. Estos países se han anticipado para no arriesgarse a
quedarse sin vacuna.
¿Qué pasa con quienes
no se quieren vacunar?
Estados Unidos, cuyo número de víctimas mortales por la
pandemia ha superado ya la cifra de norteamericanos fallecidos durante la
Segunda Guerra Mundial, como recordaba Joe Biden en su discurso de investidura,
ampara sin embargo en algunos estados la exención de vacunarse por causas religiosas
o creencias personales.
El profesor Ross D. Silverman publicó un artículo sobre la
complejidad legal de obligar a todo el mundo a vacunarse, ya que multitud de
estados poseen una legislación que prohíbe la más mínima interferencia con la
fe o creencias personales, aunque no siempre por motivos de salud pública, una razón
de peso que Silverman insta a utilizar como una sólida cobertura legal.
En esa misma línea, debería estudiarse la posibilidad de que
la vacuna sea obligatoria para quienes tienen contacto con el público y
pudieran contagiar siendo asintomáticos, ya que no vacunarse supondría un
riesgo exponencial para la salud pública. Otra opción sería restringir a
quienes decidan no vacunarse las actividades que puedan ser peligrosas para la
salud pública.
¿En qué orden se
vacuna a la población?
Una vez dilucidado en qué vacunas confiar y qué hacer con
quienes no se vacunan, surge el debate sobre quién debe vacunarse primero.
Lógicamente, como se está haciendo, se ha de priorizar a los colectivos más
vulnerables, a nuestros mayores. Un problema que ya se preveía y que algunos
expertos desaconsejaban es la vacunación de personas de más de 80 años con
enfermedades crónicas.
En efecto, en Noruega se observó que 13 personas de más de
80 años habían muerto tras recibir la primera dosis de la vacuna. Al principio
cundió la alarma al relacionarse tales episodios con posibles efectos
secundarios de la vacuna. Sin embargo, tras un análisis más detallado, se
comprobó que la proporción se correspondía con la tasa habitual de
fallecimientos en esa capa de población. Pese a todo, ya se ha sembrado una
duda, tal como temían los expertos.
Inmediatamente después de los mayores deben situarse quienes
atienden servicios esenciales, incluyéndose al personal de transporte y
servicios públicos como seguridad o limpieza.
El personal docente debería ir a continuación, para no
prolongar en exceso una enseñanza telemática que incrementa las desigualdades
existentes entre un alumnado con más recursos tecnológicos y otro con menor
poder adquisitivo. Desafortunadamente, los niños deberán esperar, ya que aún no
se han desarrollado vacunas ni se han realizado ensayos clínicos para ellos.
Otra cuestión que ha ocupado nuestras cabezas es si los
políticos deben vacunarse en primera línea. Mientras todos hemos observado con
admiración las fotos públicas de Anthony Fauci vacunándose cuando le
correspondía (por edad), también nos hemos echado las manos a la cabeza al
saber que algunos políticos se han vacunado a escondidas y prevaliéndose de su
posición.
Es obvio que hacerlo en público (y cuando te toca) es un
buen ejemplo y motivación para la población. Sin embargo, hacerlo a escondidas
tiene un doble efecto pernicioso: erosiona la confianza y crea la falsa
impresión de escasez y de “sálvese quien pueda”.
¿Cómo vacunar a
todos?
Finalmente llegamos al auténtico quid de la cuestión: ¿cómo
cabría vacunar a todo el mundo? Las campañas de vacunación deberían tener una
perspectiva cosmopolita, cobrando conciencia de que, para cuestiones como la
pandemia, somos ciudadanos del mundo antes que ninguna otra cosa. Organismos
internacionales como la ONU o la OMS deberían poder orquestar que sus miembros
aportaran los recursos necesarios para universalizar una vacunación
imprescindible. Nadie, ya sea ciudadano o una nación, debería quedarse atrás en
términos de vacunación. Los países más acaudalados deberían velar por que así
sea. En esa línea trabaja el proyecto COVAX, que busca un acceso equitativo
mundial a las vacunas contra la COVID-19.
Uno de los debates que están surgiendo en este aspecto es si
se puede aumentar la cantidad de personas receptoras de la vacuna, con tres
opciones: inocular una sola dosis, retrasar la segunda dosis o reducir la
concentración del compuesto activo en la vacuna. El peligro de este tipo de
medidas es que se alejarían de las condiciones de los ensayos clínicos.
Concretamente, el inocular una sola dosis o espaciar la
segunda (esto último ya se está haciendo en Reino Unido) es desaconsejado por
los expertos porque podría generar una “inmunidad subóptima” y, de ese modo,
favorecer la aparición de mutaciones que ayudarían al virus a evadir la
respuesta inmune. Sin embargo, la opción de reducir la concentración de
principio activo sí podría contemplarse, ya que las concentraciones que se han
utilizado en ensayos clínicos han sido muy elevadas.
Como vemos, aunque vislumbremos cierta luz al final del
túnel con la llegada de las vacunas, todavía queda amplio espacio para el
debate y la reflexión. Hay que infundir ánimo sin suscitar expectativas que
luego puedan quedar defraudadas, porque nos enfrentamos también a una posible
debacle psicológica.
Fuente: The Conversation