Apuntes sobre la pandemia en Oaxaca
Llegó el COVID-19 a México en febrero y a Oaxaca en marzo de
2020. Las comunidades rurales en las cuales hemos trabajado durante muchos años
representan mucha diversidad sociolingüística, junto con altos grados de
pobreza y problemas de salud. Sus propias historias y prácticas afectan cómo
responden a la pandemia. Aquí resumimos información de entrevistas virtuales
por Coronel Ortiz con personas quienes hemos conocido durante muchas décadas.
No nos atrevimos a representar a la comunidad, solamente reportar lo que dicen
sobre los efectos en las prácticas culturales locales.
Santa María
Santa María es una comunidad de habla zapoteco en los valles
centrales de Oaxaca con un muy alto grado de marginación. Su economía se base
en la pequeña producción agrícola y comercial, la venta de artesanías y
comercio en los mercados regionales; depende también de los programas del
bienestar y de las remesas de migrantes en los Estados Unidos. No cuentan con
médico permanente ni abasto de medicamentos, solamente una enfermera y una
dentista. El virus llegó sin mucha información o apoyo oficial. No se sabe la
fecha de los primeros casos. En los primeros meses de la pandemia había mucha
confusión y escepticismo sobre la existencia de esta nueva enfermedad, por esto
mismo había quienes continuaban saliendo a realizar sus actividades cotidianas
a las ciudades sin tomar en cuenta las medidas preventivas que difundían la
Secretaría de Salud del Estado de Oaxaca. En mayo de 2020, se habían reportado
algunos casos, pero todavía había quienes no terminaban de creer la existencia
del virus letal. Había ancianos que creían que la pandemia se había construido
a propósito por líderes poderosos para acabar con la población envejecida.
En abril, dos hombres jóvenes con síntomas habían sido
atendidos por médicos de la región sin aceptar que habían tenido COVID; lo
atribuían a una gripe común. El padre de uno de estos pacientes solía repetir
entre sus coterráneos, “mi hijo enfermó, pero fue por gripe, no fue por esa
enfermedad que tanto se mienta.”mayo 6, Hubo pacientes graves que requirieron
el oxígeno y que fueron atendidos desde sus casas por médicos particulares. Los
pacientes y sus familias no informaron para no ser mal vistos. Algunos ancianos
dejaron de acudir a sus consultas médicas por la mala información sobre las
causas de la pandemia. “A muchos nos da temor a contagiarnos en las consultas
médicas y más aún en las dentales” (María, una campesina-artesana de 50 años).
De las defunciones en general se sabe más. De abril a
diciembre del 2020 murieron 21 personas, sospechan que la mayoría fue por
enfermedades crónicas. Incluye un migrante, infectado en los Estados Unidos,
quien regresó ya muy enfermo junto con los restos de su hermano mayor, quien
murió de COVID-19 en los Estados Unidos. Otro migrante también murió por la
pandemia en los Estados Unidos. La mayoría de los enfermos no fue al hospital,
y hay sospechas entre sus habitantes que uno o dos murieron de COVID-19, pero
no está confirmado (julio 29, 2020). La población desconocía las cifras
oficiales y explicaban las causas de muerte como edad o enfermedad crónica.
Dentro del pueblo, las personas convencidas de la existencia
de la pandemia aplican las medidas sanitarias, principalmente la sana
distancia, y usan cubre bocas en público cuando se enteran de los brotes, sin
embargo, se exponen a las burlas y críticas de la misma población. Pero cuando
se dirigen a los mercados urbanos, ahí sí les exigen portar cubre bocas, de lo
contrario pueden multarlos hasta con 400 pesos (20 dólares estadounidenses
aproximadamentenoviembre, 2020). De todos modos, el espectro del COVID ha
afectado las prácticas en la comunidad.
Los efectos de la pandemia en la cultura
La comunidad se cuida mucho de los de afuera. Las
autoridades locales se aseguraban de que al pueblo no ingresaran personas
ajenas a la comunidad. Por ejemplo, les limitaron el acceso a proveedores de la
comida industrializada y a los comerciantes de lugares con brotes de COVID-19.
El COVID-19 afectó a las celebraciones familiares y
comunitarias: los cumpleaños, bautizos, bodas, graduaciones escolares, además
los cargos de mayordomos de los santos. Sus festejos duran una semana o más, y
participan en su organización el grupo de parentesco extenso mediante el
sistema de la ayuda mutua (guelaguetza). La autoridad local suspendió eventos
públicos y pospuso la fiesta patronal de abril hasta octubre.
En abril, el mayordomo principal de la fiesta, en desacuerdo
con las restricciones de las actividades religiosas y movido por su deseo de
servir al santo del pueblo, se empeñó en llevar a cabo la celebración, aunque fuera
en un ámbito reducido de su grupo de parentesco y ya no comunitario. Al final,
esta decisión probablemente le costó la vida al propio mayordomo y tuvo efectos
a nivel local. La comunidad no sólo no estaba celebrando la fiesta del pueblo,
sino que además estaba de luto por la muerte del mayordomo.
Entre septiembre y noviembre hubo una pausa en la pandemia –
el “semáforo amarillo” en el cual no se registraron fallecidos ni se reportaron
contagios. Llegando a octubre celebraron las fiestas del santo, bautizos,
quince años, bodas y demás, “todos los invitados con cubre bocas y sana
distancia” (octubre 25, 2020). Los mayordomos y organizadores esperaban
ansiosamente cumplir con la parte que se habían comprometido. Fue entonces
cuando parecía que la epidemia había quedado atrás y la comunidad empezaba a
recobrar sus actividades festivas. Sin embargo, las celebraciones han tenido
que realizarse en medio de las incomodas medidas sanitarias, sobre todo los
actos de la iglesia. Para cada misa los organizadores desinfectan el sitio y
restringen el acceso de los asistentes para prevenir el contagio. Se pide
mantener la sana distancia y el uso del gel, aunque siempre hay alguien que no
lo hace. Aun así, hay quien expresa la alegría de poder escuchar una misa después
de que llevaban meses sin poder tener la presencia del sacerdote.
Cuentan algunos pacientes recuperados que muy pocas
personas, distintas a sus familiares cercanos, ofrecieron su apoyo en el tiempo
que estuvieron resguardados. Su situación era difícil porque no debían salir a
comprar sus alimentos. Así también los familiares de los fallecidos por
COVID-19 o sospecha de ello no tuvieron el acompañamiento o el pésame de la
comunidad, además de que tuvieron que apresurarse a inhumar a sus difuntos de
acuerdo con las indicaciones de las autoridades. Los fallecidos por COVID-19
fueron sepultados de un día para otro, sin grandes ceremonias como se
acostumbra. Por temor al contagio no asistieron a la casa del difunto para
ofrecer su apoyo solidario: flores, veladoras, dinero, ni alimentos o bebidas
que acostumbran ofrecer. Tanto los deudos como sus parientes y comunidad
sufrieron este conflicto entre el deber social y las medidas sanitarias.
Conclusiones
La pandemia cambió las formas de organizar las celebraciones
religiosas, el apoyo solidario ante la pérdida y la forma de enfrentar el
duelo. Concluimos:
1. La resistencia inicial se debía a la información errónea,
las malas experiencias que se vivieron o siguen viviendo de los gobiernos
federales y locales.
2. La solidaridad de muchos se ausentó ante el temor al
contagio, también debido a la falta de información adecuada y específica a las
características culturales locales: faltó información sobre cómo ayudar a los
infectados sin poner en riesgo la salud de los demás. Los dejaron a su suerte,
sin intervención de las autoridades sanitarias locales para ayudar a las
familias que se aislaron, quizá ni siquiera se enteraron.
3. La población ha manejado con mucha discreción los
problemas del contagio local, tal vez debido al miedo del impacto económico
dada la importancia de su actividad comercial regional.
4. El servicio público de salud local no satisface la
demanda de la población, con insuficiente personal médico y la escasez de
medicamentos.
5. La pandemia no impidió las celebraciones familiares y
comunitarias, aunque se hayan realizado extemporáneamente y con ciertas medidas
sanitarias. Pero sí cambiaron las formas en que se están llevando a cabo, pues
se han adoptado ciertas medidas sanitarias a fin de continuar con la
reproducción de sus manifestaciones culturales, por ejemplo, el uso de cubre
bocas en las fiestas; los tianguis y otros lugares concurridos; el uso de vasos
individuales para servir el mescal u otras bebidas.
Por lo tanto, proponemos para las políticas públicas:
1. Registrar, reconocer, respetar la diversidad cultural en
la toma de decisiones sobre la salud pública ante la crisis que enfrenta Oaxaca
y sus comunidades.
2. Consultar con las comunidades y los actores todo lo que
tenga que ver con ellos.
3. Diseñar intervenciones en colaboración con las mujeres y
los hombres.
Fuente: AAA