El horrible sonido del claxon
David Zipper
Hace unos 110 años, un ruido ensordecedor resonó en América
del Norte y Europa. Su sonido: “¡aaaOOgah!”
Ese distintivo chirrido metálico lo emitía una bocina, una
bocina mecánica alimentada por electricidad, que en aquel entonces era una
fascinante innovación reciente. La bocina llenó un nicho a principios del siglo
XX, una época en la que la señalización vial era mínima, las normas de
circulación eran incipientes y la adopción masiva de la señal de giro aún
estaba a décadas de distancia. Con solo presionar el botón de la bocina, un
conductor podía declarar su intención de ir a la derecha o a la izquierda,
alertar a los peatones o enviar una advertencia cuando se acercaba a una curva
ciega. Alternativamente, podían hacerlo simplemente por diversión.
📢Suscríbete a nuestro newsletter semanal.
El inventor e ingeniero eléctrico Miller Reese Hutchinson
ideó la máquina, buscando una señal automotriz lo suficientemente potente como
para atravesar el estruendo de las ciudades del siglo XX. El empresario F.
Hallett Lovell compró la patente en 1908, jurando convertirse en “un
comerciante de estafas” y le dio al claxon su memorable nombre de marca,
derivado, según dijo, del griego klaxo, chillido. La empresa de Lovell fue
vendida a General Motors en 1915, y el claxon y sus rivales se convirtieron en
equipamiento estándar en los automóviles nuevos de todo el mundo.
La Klaxon Company promocionó el producto como un dispositivo
de seguridad, pero mucha gente lo vio como una creación repugnante que irritaba
los nervios y empañaba la vida urbana. Después de la Primera Guerra Mundial, en
la que se utilizaron claxons como alarmas de gas en las trincheras de Europa,
un número cada vez mayor de líderes públicos se pusieron de su lado, aprobando
leyes que restringían el uso del claxon y, a veces, lo prohibían por completo.
En la década de 1940, el claxon había sido reemplazado por otras bocinas de
coche menos agresivas. Pero las tensiones que reveló —entre los autos y la
habitabilidad urbana, y entre las libertades de usar nueva tecnología
automotriz y estar protegido de sus efectos nocivos— todavía resuenan en los
debates en torno a los vehículos autónomos, las cámaras de ruido y qué hacer
con los conductores excesivamente ruidosos.
Fuente: CityLab/ Traducción: Horacio Shawn-Pérez