Las leyes del plástico




“Me enrabieta que aún se vendan cosas como queso con lonchas de plástico entre las lonchas de queso, bollitos envueltos individualmente dentro de bolsas más grandes, manzanas solitarias en barquetas de poliespán, cubiertos de plástico, pajitas… Cosas que deberían estar prohibidas. En serio, si fuimos capaces de dejar de fumar en los bares, podemos vivir sin pajitas. También sin coches en las ciudades, te lo digo yo que tengo un diésel viejo (solo para los fines de semana, me consuelo a mí misma) con el que en un año no podré llegar a mi casa en el centro de Madrid. Ni tan mal, si no me lo prohíben, nunca renunciaría a él. Igual que seguiría fumando en los bares. Como si no hubiera mañana. Yo necesito leyes”.

Eso escribió hoy la periodista Patricia Gosálvez en el diario El País. Es una coda a una serie de artículos en el que por una semana intenta vivir, ella y su familia, sin plásticos. O reduciendo el uso de plástico. O pensando en la imposibilidad de vivir sin plásticos.


Son crónicas estándar del periodismo contemporáneo.  Están bien escritas, hasta cierto punto. Te entretienen, hasta cierto punto. Pueden enseñarte algo, hasta cierto punto. ¿Pero qué? Quizás las buenas preguntas quedan ahogadas en la comedia de situación del burgués preocupado que quema combustible de avión para ir a salvar delfines en una isla remota de la que se enteró en una agencia de turismo.

Pero hay allí enterrada una buena pregunta sobre la vida en nuestras ciudades. ¿Sólo hacemos lo correcto si las leyes nos dicen que no hagamos lo incorrecto? Respetar los semáforos. Usar casco en la bicicleta. Ceder el paso a los peatones. Sin leyes, sin castigos, haríamos lo que no se nos antoja. ¿Eso dice el artículo? ¿Y será así? Ninguna certeza, sólo una pregunta.  

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